viernes, 9 de marzo de 2018

Fulgurante ascensión al trono y descenso a los infiernos del probo emperador Probo


Hombre ilustre por su gloria militar (uir inlustris gloria militari, a decir de Eutropio en su Breviario de la historia de Roma, libro IX, 17), Marco Aurelio Probo accedió como emperador al gobierno del Estado (ad aministrationem rei publicae accessit) proclamado clamorosamente por sus tropas en el año 276 hasta su asesinato pocos años después en 282 a manos de sus propios soldados. Eutropio nos da de él una información aparentemente contradictoria: Este, después de haber llevado a cabo innumerables guerras, dijo una vez lograda la paz que en poco tiempo los soldados no serían necesarios (hic cum bella innumera gessisset, pace parata dixit breui milites necessarios non futuros).

Si consultamos la Historia Augusta para recabar algún dato más, hallamos un auténtico panegírico: el amor de los soldados hacia este probo emperador fue siempre enorme (amor militum erga Probum ingens semper fuit). Leemos también que, como confesó en una carta a Capitón,  prefecto o comandante de la Guardia Pretoriana, nunca deseó el imperio,  y que lo aceptó muy a su pesar (imperium numquam optaui et inuitus accepi), y, acto seguido, que no puede, sin embargo, desembarazarse de una carga tan onerosa y aborrecida: deponere mihi rem inuidiosissimam non licet.


 

Cuando estaba preparando la campaña contra los persas, lo mataron a traición sus propios fieles en la Iliria, antigua Yugoslavia (a militibus suis per insidias interemptus est). Sobre las causas de su asesinato nos dice el autor de la Historia Augusta que nunca soportó ver a un soldado ocioso y que solía decirles que tenían que ganarse su sustento haciendo siempre algo, por lo que en tiempos de paz, y para evitar revueltas, empleaba al ejército en trabajos útiles a la comunidad, como plantar viñedos o realizar obras públicas, lo que le granjeó bastante animadversión entre la clase de tropa.  Asimismo parece que a la soldadesca no le gustó nada su sentencia de que si hacía a la república -así se llamaba todavía al Imperio para disimular su esencia-  tan feliz como esperaba,  muy pronto no serían de ninguna utilidad ni necesarios los soldados (breui milites necessarios non futuros).

Se pregunta el biógrafo de Probo por el sentido de estas palabras en el ánimo del emperador que había sometido a las naciones bárbaras y que había hecho a los romanos señores de todo el mundo entonces conocido: ya no habrá ejército romano (Romanus iam miles erit nullus). Y añade: El mundo entero no fabricará armas (orbis terrarum non arma fabricabitur), no suministrará provisión de víveres a las tropas (non annonam praebebit), porque ya no habrá tropas a las que mantener; los bueyes, reservados para la agricultura, solo acarrearán la reja del arado para la labranza (boues habebuntur aratro),  y la imagen más bella de todas, el caballo nacerá para la paz (equus nascetur ad pacem) y no para ser montura de un soldado, por lo que no conocerá los combates, desapareciendo la orden de caballería de la faz de la tierra, no habrá ninguna guerra más (nulla erunt bella), no habrá tampoco prisioneros ni cautiverio (nulla captiuitas), lo que supondría no sólo la desaparición de todas las mazmorras, sino también de la propia esclavitud, ya que los esclavos eran en origen prisioneros de guerra adquiridos sub hasta; por todas partes reinará la paz (ubique pax), y por todas partes la ley de Roma y su justicia.


 
Probo es asesinado por sus propias tropas: amores que matan.

Se pregunta el biógrafo del emperador (con un periodo hipotético irreal de pasado): ¿Qué felicidad no hubiese resplandecido, si bajo aquel príncipe no hubiera habido soldados? (quae deinde felicitas emicuisset, si sub illo principe milites non fuissent?) Y la respuesta no podía ser otra que la felicidad de la Edad o Siglo de Oro  (aureum profecto saeculum promittebat), tal como la habían cantado los poetas, como por ejemplo Ovidio.



Ya no se verían más campamentos militares ni cuarteles, no se escucharía el clarín, esa trompeta que llama a todas las batallas,  en ningún lugar del mundo ni en ningún momento, ni se fabricarían armas (nulla futura erant castra, nusquam lituus audiendus, arma non erant fabricanda). Ese pueblo de combatientes, hijos del sangriento dios Marte, que ahora perturbaba la República con guerras civiles, cultivaría la tierra, se dedicaría a sus aficiones, se consagraría a las artes, navegaría. Y añade en fin que nadie perecería en combate (populus iste militantium, qui nunc bellis ciuilibus rem publicam uexat, araret, studiis incumberet, erudiretur artibus, nauigaret. adde quod nullus occideretur in bello).

En este punto, el biógrafo interpela a los dioses: ¿Tanto, oh dioses del cielo, os ofendió la República romana que le arrebatasteis a tal príncipe? di boni, quid tantum uos offendit Romana res publica, cui talem principem sustulistis?

Los mismos soldados que le habían profesado tanto amor -¡hay amores que matan!-, descontentos con las exigencias del emperador y con sus proclamas sobre la no necesidad de los ejércitos, lo asesinaron y, arrepentidos, grabaron después esta inscripción en una lápida de mármol: Aquí yace el emperador Probo, verdaderamente digno de su nombre (dado que probo es sinónimo de bueno, como ímprobo lo es de malo), vencedor de todas las naciones bárbaras y vencedor también de los tiranos. HIC PROBVS IMPERATOR ET VERE PROBVS SITVS EST, VICTOR OMNIVM GENTIVM BARBARARVM, VICTOR ETIAM TYRANNORVM.

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