martes, 13 de marzo de 2018

SVA CVIQVE PERSONA

A poco sensible que sea uno, le puede pasar a cualquiera en Florencia lo que le sucedió a Stendhal, el novelista francés, cuando visitó la capital de la Toscana, que, entusiasmado ante la belleza de las iglesias y los palacios,  sufrió un arrechucho y se desmayó. No pudo asimilar una experiencia estética tan intensa, fenómeno que ha dado en llamarse el  “síndrome de Stendhal”.

Y es que no es poco el patrimonio cultural que atesora la ciudad del divino Dante y del no menos grande Boccaccio, la ciudad del infinito Miguel Ángel, y del genio de Botticelli, la ciudad del Renacimiento, del rojizo Arno y del Duomo y la cúpula de Bruneleschi, la ciudad del mecenazgo de los Medici y de los artistas, la ciudad que seguramente atesora más obras de arte por metro cuadrado de todo el mundo.



En la Galería de los Uffizi de Florencia puede contemplarse este retrato de mujer anónima atribuido a Ghirlandaio, y que puede pasarnos completamente desapercibido entre tantas obras maestras de la pintura universal si no fuera acaso por un detalle que llama la atención y que va a darnos mucho de lo que hablar. El retrato data de 1510 aproximadamente,  y se había supuesto hasta hace poco que era de Rafael.   Es un rostro de mujer triste, enigmático, de una gran delicadeza. Hay quienes dicen que se trata de una monja y quienes simplemente ven a una dama un tanto melancólica con velo que sostiene un libro entreabierto. 

                                                                                     
                                                                                                                              


Lo más curioso es que el retrato tiene una cubierta diseñada para deslizarse sobre la imagen de la enigmática dama y ocultar su rostro. Esta cubierta es otro óleo.  Se trata de una pequeña tabla (73 x 50,5 cm), con un hermoso motivo de grutescos en camafeo –en la parte superior un flamero en medio de dos amables delfines, una pequeña cabeza de zorra, y en la parte inferior dos dragones o serpientes con cabeza de león que apoyan una pata en dos pequeñas máscaras situadas en los ángulos inferiores –y en el centro una leyenda debajo de la cual se halla una máscara con una ligera carnación, labios apretados y las cuencas de los ojos vacías. 

La diminuta cabeza de zorra que asoma debajo del flamero en forma de copa donde arde una llama puede hacer referencia a una famosa y brevísima fábula de Fedro y de Esopo: la zorra y la máscara trágica: una zorra  encontró por casualidad una máscara de un actor de tragedia y exclamó: “¡Qué bonita  es, pero qué lástima que no tenga seso!”. La astuta raposa no se dejó engañar por las apariencias, aunque reconoció su belleza. Y es que ya lo dice el refrán: no hay que fiarse de las apariencias, pero lo cierto es que la realidad está tejida  de ellas.  Quizá no haya que fiarse mucho de la realidad tampoco.

Sobre la máscara una inscripción en letras mayúsculas reza lapidariamente en latín, lengua lapidaria por excelencia:  SVA CVIQVE PERSONA:  a cada cual (le corresponde) su máscara, es decir, cada uno tiene su propia máscara. La frase es de Séneca, concretamente de su tratado Sobre los beneficios, de un pasaje del libro II, capítulo 17, que reproduzco más abajo en paráfrasis y versión original.

Era costumbre cubrir los retratos con una carpeta para protegerlos, o con una tabla pintada y con una leyenda, como esta que nos ocupa, cuya función era parecida a la de los reversos de algunos retratos de los siglos XV y XVI, en los que detrás del retrato de un hombre o una mujer jóvenes, por ejemplo, se podía encontrar la leyenda: MEMENTO MORI (recuerda que eres mortal), un fúnebre recordatorio como contraste de la belleza insolente de la juventud. Pero la tabla que nos ocupa, con una máscara teatral y carnavalesca como motivo central, es una cubierta delantera que hace que antes que veamos el retrato nos enfrentemos a ella.
 
Cada cual tiene su propia máscara. Nótese que la palabra "persona" es en latín un falso amigo: no significa persona, que se diría "homo", sino máscara de teatro. La palabra persona ha tenido tanta resonancia entre nosotros que hoy todo está personalizado y tiene que ser personal, dado nuestro individualismo.  Se discute mucho su etimología. Se ha pensado que está relacionada con "personare", es decir, con "resonar", dado que la máscara teatral tenía la doble función de caracterizar al personaje como trágico o cómico, hombre o mujer, joven o viejo, y al mismo tiempo de actuar como caja de resonancia para la voz. Pero esta ingeniosa etimología es una etimología falsa de origen popular, porque la palabra parece que no es latina, sino de procedencia etrusca: phersu, y esta a su vez derivaría del griego "prósopon", nombre de la cara y de la máscara que la caracteriza, nombre de la faz y del antifaz. Del "prósopon" griego procede nuestra prosopopeya o personificación.




El caso es que de ahí, de una palabra que significaba "máscara" en principio vienen nuestras personas, nuestros personajes, y  hasta nuestra propia personalidad. No olvidemos que la cara es el espejo del alma, según el refrán popular. Y que la cara es la manifestación primordial de la persona,  pero "persona", según la sugerencia etimológica, es la máscara teatral cómica o trágica,  o, ni lo uno ni lo otro en estado puro, sino dramática mezcolanza generalmente, porque la vida es la farsa que todos llevamos a cabo, como dijo Rimbaud, el poeta adolescente. De alguna manera, todos somos unos hipócritas en el sentido etimológico de la palabra: La palabra “hipócrita”, en efecto,  significa en griego “actor”: está compuesta del prefijo hipo- , que significa “por debajo”, y del sustantivo tan de moda “crisis”, que quiere decir “juicio, acción de juzgar, discusión, explicación”. De manera que el que juzga, discute o critica “por debajo” es el actor, el que representa un papel en el teatro, el que se esconde detrás de la máscara: todos nosotros. De ahí el significado moderno de hipócrita e hipocresía.

Si toda persona tiene su propia máscara, ninguno de nosotros muestra su alma al desnudo. Toda identidad es, por lo tanto, una falsa identidad, real pero falsa. No hay que fiarse de las apariencias. No hay que fiarse de la realidad. Nadie duda que la realidad sea real, como su nombre indica, pero quizá sea mucho suponer que por ser real sea verdadera y no falsa.

Sua cuique persona. Un filósofo cínico (1) le pidió una vez al rey Antígono la limosna de un talento (2).  Éste respondió “es mucho más dinero de lo que alguien como tú debería pedirme”.  Tras esta negativa,  el mendigo volvió a intentarlo pidiéndole esta vez sólo un denario (3).  Antígono le respondió:   “es menos de lo que alguien como yo, todo un rey, convendría que te diera”.  Una agudeza tan sofisticada y sutil de este tipo es muy poco honesta.  Pues el monarca encontró el modo de no darle ni lo uno ni lo otro que le pedía;  para no darle un mísero denario se escudó en su condición de rey, para no darle un excesivo talento en la de filósofo cínico del mendigo, cuando podría haberle dado un denario como se le da a un mendigo cualquiera, o  en su calidad de rey magnánimo y generoso un talento. Aunque es algo más que lo que un cínico puede recibir, nada es tan poco que la generosidad de un rey no pueda atribuirlo honestamente.    Si me preguntas mi opinión, lo apruebo: es algo intolerable pedir limosna, y despreciar el dinero. Si has proclamado tu odio al dinero:  lo has profesado; tú te has puesto esta máscara y desempeñas ese papel; tienes que llevarla consecuentemente. Es algo que está fuera de lugar procurarse dinero so pretexto de pobreza. Así pues cada cual debe considerar su propia máscara no menos importante que la de aquel al que piensa socorrer. 

(1) Los cínicos eran los seguidores de Diógenes, llamado el Perro. Cínico significa "perruno, canino" en griego. Los cínicos eran los anarquistas y nihilistas de la antigüedad. Despreciaban todas las convenciones sociales, que rechazaban, incluído el dinero. 
(2) Un talento: Equivalía a 21000 gramos de plata. Dado que el denario equivalía a 4 gramos, se podía decir que un talento equivalía a más de cinco mil denarios. Una cantidad excesiva a todas luces.  El cambio de significado de esta palabra griega se debe a la parábola evangélica de los talentos, que da a entender que el hijo que tiene "talento" no es aquel que derrocha el dinero alegremente, sino el que lo capitaliza y rentabiliza como buen capitalista y lo invierte para generar más riqueza.
(3) Un denario:   Equivalía a 4 gramos de plata. Del nombre de esta moneda procede nuestro "dinero" y los "dinares" del mundo árabe.

He aquí el texto original del insigne filósofo cordobés: Ab Antigono cynicus petiit talentum. Respondit "plus esse, quam quod cynicus petere deberet". Repulsus petit denarium. Respondit "minus esse, quam quod regem deceret dare". Turpissima est eiusmodi cauillatio. Inuenit quomodo neutrum daret; in denario regem, in talento cynicum respexit: quum posset et denarium tanquam cynico dare, et talentum tanquam rex. Ut sit aliquid maius, quam quod cynicus accipiat, nihil tam exiguum est, quod non honeste regis humanitas tribuat. Si me interrogas, probo: est enim intolerabilis res, poscere nummos, et contemnere. Indixisti pecuniae odium; hoc professus es; hanc personam induisti: agenda est. Iniquissimum est, te pecuniam sub gloria egestatis acquirere. Adspicienda ergo non minus sua cuique persona est, quam eius, de quo iuuando quis cogitat. (Séneca, De beneficiis, II, 17).

2 comentarios:

  1. Me parece muy sugestiva la reflexión sobre esta cubierta tan enigmática. Todos somos personae en esta tragicomedia y quizá, como Octavio Augusto, debamos preguntarnos al final de nuestra vida, si merecemos un aplauso por nuestra actuación (según el chismoso de Suetonio).
    Un saludo

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  2. No sé yo si hay que esperar al final de la vida para preguntarse eso o deberíamos preguntárnoslo ahora mismo, por ejemplo. Gracias por el comentario, Sara.

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