El estoicismo es una corriente
filosófica del mundo antiguo que ha llegado hasta nosotros desvirtuada. Dicho
de otra manera, lo que ha llegado a nosotros no es el pensamiento original de
Zenón de Cicio (335-263 ante Christum natum), su fundador, o de Gayo Blosio de Cumas, tutor de los hermanos Graco, sino el de unos filósofos como Séneca,
preceptor del emperador Nerón, Epicteto o Marco Aurelio, emperador él mismo,
nada mal avenidos con el Poder y con la aristocracia romana de la que formaban
parte. Sin embargo, el estoicismo griego primitivo estaba más cerca del cinismo y de
la subversión del orden establecido que su correlato romano imperial, que es una
aceptación más o menos resignada, descafeinada o light del status quo.
Fragmento del busto del emperador Marco Aurelio, museo del Louvre
El Diccionario de la Lengua Española
de la RAE define estoico como “fuerte, ecuánime ante la desgracia”. En
segunda acepción, perteneciente o relativo al estoicismo. Asimismo, define el
estoicismo como “fortaleza o dominio sobre la propia sensibilidad”. Y nos
explica la etimología de la palabra relacionada con el sustantivo griego στοά
(stoá), que significa 'pórtico', por el lugar de Atenas en el que se reunían
estos filósofos.
El fundador de la escuela fue Zenón de
Cicio, que escribió una Politeia, República o Constitución, igual que Diógenes, el cínico,
"contra la de Platón", según Plutarco, lo que explica que, como la del cínico, tampoco se haya conservado y hayamos de darla irremediablemente acaso por perdida. Pero sabemos por
algunos testimonios de los que la leyeron que en ella se predicaba, por ejemplo, que en las
ciudades no deben construirse ni templos, ni juzgados, ni gimnasios. Se
negaba, pues, la religión pública y estatal criticando la existencia de
templos, la justicia del Estado y de sus leyes establecidas, que son contrarias a la
naturaleza, y el culto al cuerpo y a la belleza física que se profesaba
en los gimnasios griegos. Se hacía una defensa de la libertad humana, argumentando que el
poder del dueño sobre el esclavo es un poder innoble. Asimismo, se predicaba que los hijos y las mujeres deben ser
comunes -entiéndase en sentido negativo: no deben ser propiedad de ningún varón, padre o esposo- y deben vestir del mismo modo que los hombres, sin ocultar ninguna parte del
cuerpo.
Otra conexión entre estoicos y
cínicos: En el tratado político de Zenón, se defiende el cosmopolitismo de
Diógenes; pues allí, según Plutarco, que lo leyó y apuntó la cita, se propugna que no vivamos ordenados por Estados ni
naciones […], sino que todos los hombres nos tengamos por compatriotas y
conciudadanos, y que haya un solo modo de vivir y un solo orden y mundo.
En esa república universal que sería
el mundo –dice Zenón– no ha de usarse dinero ni para el intercambio ni para
los viajes según transmite Diógenes Laercio en su Vida de los filósofos
ilustres VII, 33, lo que sugiere que los estoicos, al igual que los
cínicos, pensaban suprimir también cualquier forma de propiedad privada y de moneda. La verdadera patria del cínico Crates, que fue maestro de Cenón de Cicio, fue, según Diógenes Laercio, la pobreza, ya que vendió la herencia que recibió y repartió sus ganancias entre sus compatriotas. El comunismo que propone Zenón no es autoritario y jerárquico, como el de Platón, sino "libertario", según algunos historiadores del anarquismo, como M. Netlau en su Esbozo de historia de las utopías (tomo la cita y la referencia de "Los estoicos antiguos", de Ángel J. Cappelletti, Gredos, Madrid 2007).
Moneda de Chipre de veinte céntimos de euro, Zenón de Cicio
Aunque la idea que tenemos de los
estoicos es que soportaban con ecuanimidad las desgracias, algunos participaron
en el intento de transformar el mundo. Por ejemplo, Blosio de Cumas,
que asesoró en Roma a Tiberio Graco, el primer reformador social de la
república romana; tras el asesinato de Graco, Blosio participó en el Asia Menor
en la insurrección de los heliopolitas, el primer movimiento social del mundo
antiguo que luchó abiertamente y sin concesiones por la abolición de la
esclavitud, del que tengo noticia gracias al artículo de Luis Andrés Bredlow
en Días rebeldes, crónicas de insumisión (editorial Octaedro, Barcelona 2009,
donde se incluyen otros artículos suyos sobre Las asambleístas de Aristófanes, y Cínicos y Estoicos, de donde he sacado la información sobre Blosio
y el estoicismo primitivo que da pie a esta entrada). Este movimiento
revolucionario fue sofocado y Blosio de Cumas se quitó estoicamente la vida.
La
filosofía estoica que se difundió luego entre la aristocracia del Imperio
Romano ya no era la de Zenón de Cicio y sus primeros discípulos, sino una variante más
conservadora y no mal avenida con el Poder, basada en Panecio de Rodas (185-110 a. C.), que inicia una segunda etapa en la escuela estoica caracterizada por la pérdida de su potencial subversivo y radical, una época en la que el estoicismo es asimilado por el sistema que pretendía transformar, que es la que conocemos de los
escritos de los estoicos imperiales, los únicos que, quizá por eso mismo, nos
han llegado íntegros. Pero Blosio, aunque cronológicamente perteneciente al segundo estoicismo, está más cerca de Zenón de Cicio que de Panecio de Rodas.
Persiste en los estoicos imperiales un vago ideal humanitario, pero ya no se trata de transformar la realidad del mundo sino de aceptarlo tal como es. Séneca, por ejemplo, no condena la esclavitud, sino que, anticipándose al cristianismo, propugna un trato humanitario a los esclavos, dado que todos somos esclavos -conserui, según él, es decir, compañeros de esclavitud- lo que, lejos de abolir la servidumbre, la legitima “humanizándola”, como la iglesia católica, apostólica y romana. Recuérdese por ejemplo el evangelio de Lucas 1:38 dixit autem Maria: ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum uerbum tuum (dijo por su parte María: he aquí la esclava del Señor, hágaseme según tu palabra), donde se presenta a Dios como Dominus, el Señor, y la humanidad de la Virgen María como sierva del Señor.
Panecio de Rodas, en una representación del siglo XV
Persiste en los estoicos imperiales un vago ideal humanitario, pero ya no se trata de transformar la realidad del mundo sino de aceptarlo tal como es. Séneca, por ejemplo, no condena la esclavitud, sino que, anticipándose al cristianismo, propugna un trato humanitario a los esclavos, dado que todos somos esclavos -conserui, según él, es decir, compañeros de esclavitud- lo que, lejos de abolir la servidumbre, la legitima “humanizándola”, como la iglesia católica, apostólica y romana. Recuérdese por ejemplo el evangelio de Lucas 1:38 dixit autem Maria: ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum uerbum tuum (dijo por su parte María: he aquí la esclava del Señor, hágaseme según tu palabra), donde se presenta a Dios como Dominus, el Señor, y la humanidad de la Virgen María como sierva del Señor.
Durante seis siglos subsistió una
corriente filosófica que pretendía subvertir el orden establecido: en principio
fue cínica, luego estoica, para volver finalmente a sus raíces cínicas; el
primer movimiento conocido en nuestra historia que, con su modo de vida, sus
palabras y sus escritos, preconizó la desaparición de los Estados y de las
fronteras (patria mea tōtus hic mundus est, que dijo Séneca), del dinero
y de la propiedad privada, de la familia y de las instituciones religiosas; el
primero que osó formular la utopía de una sociedad mundial de hombres y mujeres
libres e iguales. Sus escritos no sobrevivieron: la historia, escrita por los
vencedores, se encargó de borrarlos; pero no logró borrar del todo su recuerdo, dado que nos han quedado algunas trazas de inconformismo.
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