Pronostica
Byung-Chul Han en su libro “La expulsión de lo distinto”
(Barcelona, Herder, 2017) que en el futuro habrá una profesión que consistirá en la escucha y un profesional que
se llamará oyente, al que
pagaremos por tener la paciencia de escucharnos. Si se
cumple esta profecía, vendrá el llamémosle listener con
flagrante anglicismo a suplir la figura trasnochada del psicoanalista laico y del confesor
católico, ahora que ha desaparecido la confesión individual en la
intimidad del confesonario donde se establecía, bajo el llamado secreto de confesión, una secreta complicidad tras el examen de conciencia y el acto de contrición entre
el sacerdote y el penitente
arrodillado ante él,
sustituida en muchas parroquias por la moderna y aséptica confesión
colectiva ante la impersonalidad de Dios, que es el Ser Supremo.
Vendrá el listener también a sustituir al paciente amigo que escuchaba nuestros problemas y servía de paño de lágrimas y consuelo a nuestras penas en torno a un café o a una copa, ahora que ya no hay amigos de verdad, y sí, sin embargo, numerosos followers y no pocos contactos virtuales en nuestra agenda digital, donde acumulamos soledades a lo largo de nuestra timeline, sin experimentar nunca el vértigo del encuentro con alguien distinto, con el otro, y no con un clon o trasunto de nosotros mismos desesperados por distinguirnos en algo de los demás.
En
una de sus Cartas a Milena, escribía Kafka, citado por
Byung-Chul Han, sobre lo absurdo que le parecían las relaciones por
correspondencia, lo que podría muy bien aplicarse a nuestras
conexiones y contactos numéricos hodiernos. Decía: “¿A quién
se le habrá ocurrido pensar que la gente podía relacionarse por
correspondencia? […] Los besos escritos no llegan a su destino,
sino que los espectros se los beben por el camino”. (F. Kafka,
Cartas a Milena, Madrid, Alianza, 2016, p. 333).
El signo patológico de nuestro tiempo no es la represión sino la
depresión como consecuencia de nuestra autorrealización, obligados como nos vemos a
aportar un rendimiento extraordinario de nosotros mismos que nos deprime: heautontimorúmenos: verdugos que se autoinfligen martirio y se convierten en sus propias víctimas.
Nos obligamos a ser auténticos, es decir, iguales a nosotros
mismos, autores y creadores del fetiche de nuestra propia identidad personal, falsa pero real, fieles a ella.
Narcisistas como somos no podemos amar al otro, ni tampoco a nosotros mismos,
cosa que no es tan mala, sino el autorretrato que proyectamos de
nosotros mismos, nuestra propia imagen o caricatura, que está en constante
fabricación.
Somos incapaces de escuchar a nadie que no seamos nosotros mismos, porque
vivimos encerrados bajo arresto domiciliario, como la tortuga
en su caparazón, o el caracol en su concha, donde no pueden irrumpir
los demás. La micropantalla no nos deja ver, nos obnubila,
impide la mirada y nos ciega. Los auriculares nos ensordecen.
De la Red obtenemos información sin que sea necesario que salgamos al
espacio público a buscarla, ya que es ella la que entra en nuestra
vida privada impunemente a buscarnos a nosotros y a preocuparnos, pero esa intercomunicación digital que nos conecta con
los demás, paradójicamente, nos aísla. La Red es una caja de
resonancia de nuestra voz, como la botija vacía de Ferlosio donde retumban nuestros propios pedos. Es verdad que destruye la distancia que
nos separa de los otros, pero eso no significa que surja el calor
humano, que no surge, de la cercanía personal.
Además, los medios sociales proporcionan exclusivamente información, pero no
fomentan la discusión y crítica de las ideas, sino sólo la autopromoción del informante,
que hace publicidad de sí mismo y su marca registrada: EGO trade mark.
La verdad es que oímos muchas cosas, hay mucho ruido ensordecedor, pero pocas
nueces: no nos detenemos a escuchar las voces y no nos paramos a
distinguirlas, como decía Machado, de los ecos. Hemos perdido la
capacidad de escuchar a los demás. Hoy cada cual convive con sus
penas, con sus miedos, con sus sufrimientos, porque, y esto es lo más
importante, el dolor se ha privatizado, se ha individualizado, se ha
personalizado, impidiendo de este modo su politización, es decir, la
transposición del ámbito privado al espacio público. El
sufrimiento humano ya no es un problema sociológico, sino
psicológico; ya no es político, sino individual.
No sabía que había salido un nuevo libro de Byung-Chul Han. Lo buscaré, he leído casi todos los que han traducido al castellano, es un autor que esclarece el mundo que nos rodea. Lo que cuentas del libro me interesa mucho.
ResponderEliminarUn saludo cordial.
Gracias por el comentario, Laura. Como todo lo que ha publicado Byung-Chul Han, este último libro es muy incisivo y, como tú bien dices, esclarecedor, sí. Me parece un autor muy sencillo de leer, y, a la vez, muy profundo.
EliminarUn cordial saludo.