En La Utopía de Tomás Moro el oro no se utilizaba para joyas y ornamentos, sino para “hacer orinales
y bacinillas para las necesidades más inmundas”, lo que era una
manera de envilecer la estima en la que se tiene de ordinario el
preciado y escaso metal. Pero, de alguna manera, el oro no deja de ser, pese a
su valor o quizá por eso mismo, “el vil metal”, expresión con
la que se subraya el carácter envilecedor del dinero. También dice
Moro que con oro se fabricaban los grillos y cadenas para los
esclavos y prisioneros a los que se privaba de libertad, lo que nos sugiere que el dinero, que es la paga del trabajo asalariado, asegura la servidumbre del trabajador, y que aunque la jaula sea de oro, como cantaba el otro, no deja de ser prisión.
Si nos remontamos más atrás en el tiempo, en la descripción que hace Ovidio de la Edad de Oro, no existe como tal el oro, que no había sido todavía desentrañado de la tierra, porque ni siquiera había “propiedad privada” ni transacciones comerciales ni ninguna forma de dinero. El oro hará su aparición precisamente en la Edad de Hierro, que es la nuestra, según el relato hesiódico y ovidiano, en la que seguimos estando inmersos.
En la Comedia de la Olla de Plauto, ilustre antecesora del Avaro de Molière, se cuenta de Euclión que se tapaba la boca mientras dormía, tan codicioso como era, para que no se le escapase nada de aire: quin cum it dormitum follem obstringit ob gulam. A lo que el esclavo Ántrace se pregunta si se tapa también el orificio del ano (la garganta de abajo u ojete del culo) para que no se le escape por ahí ninguna ventosidad (animai, con el viejo genitivo latino de la primera declinación en –ai), que él retiene celosamente como su más preciado tesoro: ANTHR. Etiamne obturat inferiorem gutturem, / ne quid animai forte amittat dormiens? (verso 305) Podría cagarse, en efecto, el viejo avaro, sugiere el esclavo, y perder así gran parte de la fortuna que celosamente atesora en el interior de su olla.
Si nos remontamos más atrás en el tiempo, en la descripción que hace Ovidio de la Edad de Oro, no existe como tal el oro, que no había sido todavía desentrañado de la tierra, porque ni siquiera había “propiedad privada” ni transacciones comerciales ni ninguna forma de dinero. El oro hará su aparición precisamente en la Edad de Hierro, que es la nuestra, según el relato hesiódico y ovidiano, en la que seguimos estando inmersos.
En la Comedia de la Olla de Plauto, ilustre antecesora del Avaro de Molière, se cuenta de Euclión que se tapaba la boca mientras dormía, tan codicioso como era, para que no se le escapase nada de aire: quin cum it dormitum follem obstringit ob gulam. A lo que el esclavo Ántrace se pregunta si se tapa también el orificio del ano (la garganta de abajo u ojete del culo) para que no se le escape por ahí ninguna ventosidad (animai, con el viejo genitivo latino de la primera declinación en –ai), que él retiene celosamente como su más preciado tesoro: ANTHR. Etiamne obturat inferiorem gutturem, / ne quid animai forte amittat dormiens? (verso 305) Podría cagarse, en efecto, el viejo avaro, sugiere el esclavo, y perder así gran parte de la fortuna que celosamente atesora en el interior de su olla.
La inscripción que acompaña al Dukatenscheiser (Cagaducados, literalmente) de la
Caja de Ahorros de la Bolkerstrasse de Düsseldorf, tiene que ver
con un cuento alemán cuyo protagonista defecaba monedas de oro. Por
eso la leyenda nos advierte de que el cuento casi nunca se vuelve
realidad (dies Märchen wird wohl niemals wahr),
la vida nos lo enseña (das
Leben lehrt),
así que nos aconseja: ¡sé listo y ahorra! (sei
klug und spar).
Otro
Dukatenscheißer en la fachada del Hotel Kaiserworth en Goslar,
Baja Sajonia (Alemania).
Baja Sajonia (Alemania).
Un refrán castellano que consta de dos octosílabos pareados con rima
consonante reza: El oro hecho moneda ¡por cuántas sentinas
rueda! La sentina es, sensu
stricto, la cavidad inferior de
la nave que se halla sobre la quilla donde confluyen las aguas que,
de diferentes procedencias, se filtran por cubierta y costados del
buque, convirtiéndose en aguas residuales que deben ser expulsadas cuanto antes por las bombas so pena de hundir el barco; lato sensu, la
sentina es un lugar donde hay inmundicias y mal olor. De alguna
manera el refrán relaciona el oro convertido en moneda de cambio,
es decir, en dinero, con las heces y los excrementos.
Uno de los cuentos folklóricos más extendidos y conocidos en el Siglo
de Oro español es el del borrico que cagaba dineros, muy difundido
en otros países y lenguas, del que hay numerosas versiones orales
españolas, algunas en verso, a más de portuguesas y americanas.
Hay también un cuento de los hermanos Grimm, que es La mesa, el asno y el
bastón maravillosos, donde aparece la figura del borrico que
cagaba doblones de oro. Este cuento podría relacionarse de algún modo también con la fábula de la gallina de
los huevos de oro, que en la versión original de Esopo no era tal
gallina, sino una oca que Hermes regala a un ferviente devoto suyo.
Es Babrio y no Esopo quien elige una gallina. Nuestro Samaniego y Lafontaine
popularizaron esta gallina en castellano y en francés respectivamente. He
aquí la versión de Samaniego:
Érase una gallina que ponía
un huevo de oro al dueño cada día.
Aun
con tanta ganancia malcontento,
quiso el rico avariento
descubrir de una vez la mina de oro,
y hallar en menos tiempo
más tesoro.
Matóla; abrióla el vientre de costado;
pero
después de haberla registrado,
¿qué sucedió? que muerta la
Gallina,
perdió su huevo de oro y no halló mina.
El
dicho popular castellano "el oro que cagó el moro",
aparte de ser una rima fácil, como su correlato “la plata que cagó
la gata”, facilitada por la homofonía de las palabras, se
utiliza en nuestra lengua para demostrar que es oro de baja calidad,
que no es oro de ley, que es, incluso, falso. Hay un componente
xenófobo indudable, y antimorisco en esta expresión, motivado por
la presencia de los árabes en la península ibérica y por su fama
de falsificadores de monedas y de posesores de tesoros ocultos. La
fama de falsarios y de hombres de “poca fe” (cristiana) de los
moriscos, pese a estar bautizados, les atribuye a sus joyas de oro y
de plata el hecho de estar rebajadas y, ser, literalmente, una
mierda.
Pero lo que revela esta expresión, en el inconsciente
colectivo, cuando en castellano se dice que algo es de oro “del
que cagó el moro” no es sólo que sea falso o de ínfima calidad,
denunciando que no tiene el valor que se le atribuye, o que ni
siquiera es una joya y es más bien un artículo de bisutería
barata, porque no es oro todo lo que reluce bajo el sol, sino, en el fondo, que el oro, sea de la ley que sea, hasta
el más puro y legítimo, no deja de ser una mierda, algo que tiene
valor por ser un bien escaso y por su larga duración, pero que no
deja de estar ligado a las entrañas de la tierra, y, según el
psicoanálisis freudiano, a la etapa anal de la infancia del ser
humano: sus excrementos son la primera ofrenda, el primer producto y
regalo que puede ofrecer el niño a sus mayores.
En los belenes de Cataluña hay una figura llamada caganer en catalán
que representa a un payés con un gorro frigio o barretina que,
agachado y con las nalgas al aire, deposita su cagajón en las
cercanías del pesebre como humilde ofrenda al Niño Jesús. No se
trata del gesto obsceno que algunos interpretan como una blasfemia, sino más bien del regalo que el pueblo
humilde que no tiene ninguna otra riqueza le ofrece al recién
nacido. Las nobles ofrendas de los Reyes Magos Melchor, Gaspar y Baltasar
son oro, incienso y mirra: la riqueza y los aromas de Arabia. El
pobre payés le ofrece por su parte el tesoro de las heces de su secreta
defecación, como el niño freudiano que les enseña por primera vez
a sus progenitores los excrementos propios de los que se siente orgulloso, su mayor tesoro.
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