Seguimos con las partes del
cuerpo, y, dentro de este particular despiece que estamos haciendo cual Jack el
Destripador, nos toca vérnoslas ahora con un órgano de vital importancia, el corazón.
Para nosotros, los modernos, es la sede figurada de los sentimientos, y en ese
sentido se opone a veces a la razón,
como se ve, por ejemplo, en la célebre frase de Pascal: “El corazón tiene
razones que la razón no entiende”.
Hay que tener en cuenta, sin
embargo, que para los antiguos el corazón no sólo era el órgano corporal importante que es, sino también la
sede de la memoria, de la inteligencia y de la sensibilidad, como si dijéramos
nuestro cerebro o nuestra mente además de nuestro corazoncito o corazonazo
que guardamos todos en el pecho.
Corazón se decía en latín
COR pero su raíz es CORD- como demuestra su plural CORDA, que se forma
añadiendo una –A a la raíz. Algunos recordarán que cuando la misa
católica se celebraba, como Dios manda, en latín, el sacerdote pronunciaba las
divinas palabras SURSUM CORDA (arriba los corazones, es decir, levantemos el corazón), y los feligreses
se ponían de pie y respondían HABEMUS AD DOMINUM, lo que ahora dicen en
castellano: “Lo tenemos levantado hacia el Señor”. Esta raíz CORD- está
emparentada con el griego kardi/a, el
alemán Herz y el inglés heart, por su origen común indoeuropeo.
En cuanto a la descendencia de la
palabra latina COR, de ella deriva una numerosa familia, como es la de las
lenguas romances: el francés coeur, el
catalán cor y el italiano cuore, pero también el portugués coraçâo y el castellano corazón, que parecen basarse en la
palabra latina COR más el sufijo aumentativo –AZÓN, compuesto de –AZO (cuerp-azo) y de –ÓN (hombr-ón), es decir, hipercaracterizado
como aumentativo, como si se quisiera
sugerir así, según Corominas, la grandeza del corazón “del hombre valiente y de la mujer amante”,
por lo que habría que postular, para la península ibérica, excluyendo Cataluña
y Valencia, una forma CORACEONEM, como
origen de coraçón en castellano viejo
y de la palabra portuguesa coraçâo.
La lengua rumana, por su parte, que
también procede del latín, utiliza la palabra inima para referirse al corazón, una palabra esdrújula que
no procede de COR, sino de ANIMA, que significa principio vital. Y es que los
antiguos, como queda dicho, consideraban que en este órgano residía el alma de
los hombres, y el hecho de que el rumano haya tomado esta palabra sugiere la
relación intuitiva que existía entre el corazón y el alma, lo que no quita para
que en rumano también haya alguna palabra derivada de COR como cordial.
De la palabra corazón
derivan la corazonada, incluso el corazoncito, el verbo descorazonar y su
resultado el descorazonamiento, y la
forma de aumentativo corazonazo que hemos citado más
arriba, que muestra que ya se ha perdido la conciencia de que corazón
era un aumentativo doblemente caracterizado de cor, por lo que se vuelve
a marcar con el sufijo castellano –azo
que ya llevaba incorporado.
En relación con el corazón
como sede de la memoria hemos heredado el verbo recordar, que procede del
latín recordari con el significado que tenía en nuestra lengua madre
de traer algo a la memoria, a la mente, en el sentido de representarse algo
pasado con la imaginación o el pensamiento. De ahí proceden, pues, nuestros recuerdos,
recordaciones y recordatorios. A estas alturas ya no nos extraña la
diptongación de una O breve latina, que suele producirse cuando es portadora
del acento como en recuerdo, mientras que la vocal conserva el timbre que tenía si
el acento se ha desplazado dentro de la palabra, por ejemplo en recordamos.
La expresión “de
coro” significa “de memoria, de carrerilla” en castellano viejo. La
encontramos en el Quijote: “Si tratáredes de ladrones, yo os daré la historia
de Caco, que la sé de coro…”. También está recogida en el
Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua como locución adverbial
poco usada, que significa de memoria, y que se utiliza con
expresiones como decir, saber, tomar de coro. Y
puede compararse con la expresión francesa “par coeur” o a la inglesa “by
heart”, que significan, ambas, lo mismo: de memoria, es decir, con el corazón.
El término récord es la
castellanización del inglés “record”, que procede también de la misma palabra
latina recordari, y que se ha especializado con el significado de
marca o mejor resultado en el ejercicio de un deporte, en expresiones como
tiempo récord o batir un récord. En inglés hay un verbo to record,
que se pronuncia con acento en la o, y significa grabar, por ejemplo una pieza
musical en un disco, o tomar nota de
algo, para que quede constancia, o sea, recuerdo, y el sustantivo record, que se pronuncia con acento en
la e, y que alude al registro tomado de algo.
¿Cómo llegó esta palabra de origen latino a la lengua de Shakespeare?
Como muchísimas otras, casi el 60 por ciento de su vocabulario, a través del
francés de los normandos. Es decir to
record, procede del francés antiguo
recorder, que a su vez deriva del latín
recordari, un compuesto de la
raíz cord, que es la del corazón.
A partir de este verbo, se creó
en castellano su sinónimo acordarse con el sentido de tener memoria de algo, pero
también con el de llegar a una determinación o consenso, un acuerdo,
creándose su antónimo desacuerdo. Y relacionado con él, el
adjetivo acorde paralelo a concorde
y discorde,
sin olvidar el sustantivo masculino que se utiliza en musicología para
referirse a la combinación armónica de tres o más sonidos diferentes. De donde
procede el nombre del moderno instrumento musical de viento formado por un
fuelle: el acordeón.
En relación con la raiz culta
CORD- tenemos el adjetivo cordial, para referirnos a lo que se
hace con el afecto del corazón. Ya en
latín había varios prefijos que modificaban el significado de esta raíz y que
nosotros hemos heredados: CON- y DIS-,
que dan origen a concordia y a su antónimo discordia, por ejemplo, o a los
verbos concordar y discordar. En el primer caso
significa que hay acuerdo, es decir, coincidencia, encuentro, conformidad, y en
el segundo que no lo hay, sino que en su lugar surge la oposición, la
desavenencia, la diferencia.
Ya en latín se había creado misericordia,
a partir del verbo misereo que
quería decir tener piedad o compasión, o del adjetivo miser, si se quiere ver
así, con el sustantivo cor(d) que estamos estudiando, y
quería decir compasión, de donde hemos heredado nosotros misericordioso para
referirnos a la virtud que mueve al corazón a la piedad, incluso en el caso de
la puñalada de misericordia o golpe de gracia,
ya que en la Edad Media los caballeros solían llevar
un puñal llamado de misericordia con el que daban el golpe de gracia al enemigo, es
decir, la muerte para evitarle el sufrimiento de la agonía.
No debemos olvidar el incordio
y su curioso origen, pues no procede del sufijo latino IN- que tiene
dos valores, la negación como en incorpóreo o el lugar en donde como en incorporar, sino de la forma *antecordium, que significaba tumor del pecho
que se hallaba ante el corazón del caballo. De *antecordium pasaría la palabra
a *ancordium, abreviándose, y de ahí a encordio, que ya está atestiguada en
castellano en el siglo XIII, y que es el origen de nuestro incordio: un tumor que se desarrollaba en el pecho
de los caballos. A partir de ahí se crea el verbo incordiar que pasa a ser
un sinónimo de molestar e importunar.
No olvidemos la cordura
o sensatez, según lo dicho de que el cor era la sede de la razón y no
sólo de los sentimientos desmandados, y la cualidad de cuerdo, o el adjetivo cordal
que se aplicaba a la muela del juicio, la muela cordal. Y no
olvidemos tampoco el coraje o valor, que nos viene a
través del francés courage y que está
relacionado con el corazón porque se consideraba que también la valentía tenía
su sede en él.
La palabra griega para referirse
al corazón es kardi/a (cardía), relacionada etimológicamente con la raíz
latina CORD- por su común origen indoeuropeo, la conservamos en el dominio de
la medicina: cardíaco, endocardio, cardiología, electrocardiograma,
miocardio, taquicardia, pericardio y un largo etcétera.
Es interesante el testimonio de
Aulo Gelio sobre el escritor Ennio, el pater
Ennius como lo llama Cicerón aludiendo a que lo considera el padre de la
literatura latina, introductor del hexámetro dactílico homérico y hesiódico en
Roma, que nos ha transmitido la espléndida metáfora de que el lenguaje de un
hombre es su alma. Dice Aulo Gelio literalmente en latín Quintus
Ennius tria corda habere sese
dicebat, quod loqui Graece et Osce et latine sciret, y que significa que Quinto Ennio decía que tenía tres almas,
porque sabía hablar en griego, en osco y en latín.
La palabra que hemos traducido
por “almas” es CORDA, el plural de COR. Ennio, pues, decía que tenía tres
corazones, es decir, tres almas, porque, como ha quedado dicho, el corazón era
para los antiguos la sede del alma, con todas sus facultades intelectivas y
sentimentales. Es curioso cómo un romano de la antigüedad era consciente del
valor de la lengua como cosmovisión o Weltanschauung
que dicen los alemanes, o sea, como mirada a la realidad del mundo. Y es
que las distintas lenguas ofrecen distintas visiones de la realidad, hasta el
punto de que puede afirmarse que la realidad es la visión particular que nos
ofrece cada lengua. Y cuantas más lenguas conozcamos, por lo tanto, más conscientes seremos de que ninguna de
ellas es la verdadera y de que todas las visiones de la realidad que conllevan son
tan válidas como relativas. Resulta
también sorprendente cómo para Ennio las tres lenguas que cita tienen la misma
categoría, cada una representa un COR, equiparándolas y valorándolas por igual.
No considera que una valga per se más
que las otras, ni siquiera el latín, que era la lengua dominante en el sur de
Italia, que se había impuesto administrativamente sobre el osco y el griego, un griego que todavía se sigue hablando en algunas
zonas de lo que fue la Magna Grecia y que se llama greco, un dialecto del griego
antiguo todavía vivo en algunos de aquellos lares.
No hay comentarios:
Publicar un comentario