domingo, 17 de diciembre de 2017

¿Celebrar las navidades?

En la carta que Séneca escribe a su amigo Lucilio, la número XVIII de su copiosa correspondencia epistolar, plantea la cuestión de si deben celebrarse las fiestas saturnales, o es mejor apartarse de sus excesos.  Si sustituimos las antiguas saturnales por nuestras más modernas navidades, mutatis mutandis,  podemos formularnos la misma pregunta:  ¿conviene celebrarlas, siguiendo la tradición, o sería mejor huir de ellas como de la peste? No esperéis ninguna respuesta, sino la reformulación y reiteración de la pregunta:  aquí sólo se plantea la cuestión. Sobre lo que hay que hacer o no, que cada cual saque sus propias conclusiones y haga de su capa un sayo, como suele decirse.

December est mensis cum maxime ciuitas sudat. Diciembre es el mes en el que la ciudadanía suda, y por lo tanto, trajina más intensamente. El calendario imponía que se celebraran las fiestas en honor de Saturno desde el 17 al 23 de diciembre, pero de hecho la celebración se alargaba a casi todo el mes. El primer día festivo se abría con un sacrificio solemne en el templo de Saturno, en el foro de Roma, y la gente se entregaba los demás días a los banquetes en medio de una alegría desenfrenada regada abundantemente por el don de Baco. 
 Lo que queda del templo de Saturno en el foro de Roma.

Ius luxuriae publicae datum est. Se da permiso al libertinaje público. Pero no sólo al libertinaje en el sentido moderno de la palabra, sino, más bien, al afán de lujo, profusión y suntuosidad, que eso era la luxuria latina: gusto por el despilfarro.  Los romanos se colmaban de regalos los unos a los otros por estas fechas. Se cometían muchos excesos en los banquetes, de modo que algunos “comían para vomitar y vomitaban para comer” según la célebre expresión del propio Séneca. Durante estas fiestas, los esclavos  no sólo compartían mesa con sus señores, sino que además eran servidos por ellos, invirtiéndose las tornas: los esclavos eran libres y los libres esclavos. Podían incluso los siervos criticar a sus dueños sin temor de ser castigados, la libertad de expresión, llamada libertad de Diciembre,  estaba asegurada durante estas fechas señaladas.

Ingenti apparatu sonant omnia, tamquam quicquam inter Saturnalia intersit et dies rerum agendarum. Todo retumba con el impresionante aparato de los preparativos, como si no hubiera ninguna diferencia real entre las fiestas de Saturno  y los días laborales. Era tal el ajetreo que se vivía en la ciudad que en lugar de fiestas que suponen un cese de las actividades o interrupción de los negocios, celebrar las fiestas era un auténtico trabajo no poco engorroso: la ciudad hervía con profusa agitación.

Adeo nihil interest, ut non uideatur mihi errasse, qui dixit olim mensem Decembrem fuisse, nunc annum. A tal punto no hay ninguna diferencia que me parece a mí que no se equivocó el que dijo que antaño diciembre era un mes del año y ahora lo es todo el año entero.   Cada vez vemos cómo también entre nosotros las navidades ocupan no sólo todo el mes de diciembre, sino que empiezan a prepararse ya unos meses antes y se extienden a casi todo el mes de enero.  Entre velas y antorchas se celebraba el fin del período más oscuro del año y el nacimiento del nuevo período de luz, coincidiendo con el solsticio de invierno: el Sol Invicto, como ave Fénix, renace de sus propias cenizas.  

 
La cuadriga de caballos alados sobre la que el dios del Sol (Helios o Apolo) recorría el cielo desde Levante a Poniente ha sido comparada con los ciervos voladores que acarrean el trineo de Santa Claus/Papá Noel.

No hace falta decir que, antes de que el cristianismo se convirtiera en la religión oficial del imperio, los primeros  cristianos no celebraban la na(ti)vidad o nacimiento de Cristo, pues ni siquiera sabían cuándo había nacido Jesucristo ni importaba mucho la fecha en un calendario que todavía no estaba muy establecido. Cuando se implantó el cristianismo como religión oficial, las saturnales, al no poder ser erradicadas debido a su popularidad, fueron cristianizadas.

Si te hic haberem, libenter tecum conferrem, quid existimares esse faciendum:  Si yo te tuviera aquí delante, discutiría gustosamente contigo qué pensabas que habría que hacer: Séneca echa de menos el trato y conversación de su amigo Lucilio, al que le escribe esta carta, intentando recuperar por escrito su diálogo.

utrum nihil ex cotidiana consuetudine mouendum an, ne dissidere uideremur cum publicis moribus, et hilarius cenandum et exuendum togam. si no habría que cambiar nada de nuestras costumbres cotidianas o si, para no parecer que llevamos la contraria a las tradiciones populares, no sólo deberíamos cenar alegremente sino también quitarnos la toga.  Los romanos se despojaban de la toga ordinaria y se ponían la synthesis antes del banquete: una prenda de tipo jubón, especie de delantal que se llevaba sobre la túnica para no ensuciarla cuando se comía. Se empleaba como servilleta, diríamos,  para limpiarse los dedos entre plato y plato o para secarse el sudor. Los invitados cuando llegaban a la casa del anfitrión, se despojaban de la toga, se descalzaban y recibían un lavado de pies,  y se colocaban una  prenda que era costumbre que el anfitrión regalase como recuerdo del banquete.

Igualmente los romanos se ponían en la cabeza el gorro frigio o píleo que llevaban los libertos o  esclavos que habían alcanzado la libertad. Al llevar todos por estas fechas, libres y esclavos, este gorro puntiagudo de color rojo que entre nosotros popularizó la Revolución francesa y, ya en pleno siglo XX, Santa Claus, ese invento de la Cocacola, se desvanecía por unos días la distinción de clases sociales.



Pero el gorro frigio no es patrimonio del infame Santa Claus/Papá Noel,  que lo lleva desde que en 1931 Coca-cola encargara al pintor Habdon Sudblom que lo representara para su campaña navideña destinada a aumentar las ventas de una bebida considerada poco saludable, quien lo hizo de color rojo con ribetes blancos, porque eran los colores oficiales de la empresa, ya que muchísimo antes lo fue del dios Mitra, uno de cuyos atributos más conocidos era la caperuza en forma cónica y punta curva. Este dios solar de origen persa fue muy importante durante el imperio romano. Su religión, llamada mitraísmo, rivalizó de hecho con el cristianismo, hasta que fue desbancada por éste. Mitra, como curiosidad, nació en una cueva, y recibió la visita de pastores y magos que vinieron a adorarlo. Su nacimiento se celebraba el veinticinco de diciembre. ¿No es casualidad?

 El dios Mitra degollando el toro.

Pero el gorro frigio tampoco es atributo exclusivo de Mitra, ya que en el siguiente mosaico de la iglesia de San Apolinar el Nuevo en Rávena aparecen representados los tres magos (ninguno negro, por cierto, y ninguno con corona regia) con indumentaria persa compuesta por capa, pantalones y, precisamente, gorros frigios. También aparecen en dicho mosaico, quizá por primera vez, sus nombres propios Baltasar, Melchor y Gaspar (en este orden). 

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