Griegos y romanos usaron diferentes
materiales como soporte de la escritura para que las palabras quedaran
grabadas, inmutables, fijas, no fuera a ser que se les escaparan volando y se
las llevara el viento. Usaron para escribir piedra o láminas de bronce, plomo o
cobre e incluso metales preciosos para leyes e inscripciones fúnebres
destinadas a perdurar en la memoria de las gentes; también emplearon tabletas o
tablillas de madera enceradas, tiras de papiro, que es una fibra vegetal de una
planta acuática que crece a orillas del Nilo y en la cuenca mediterránea, o
pergamino, que, inventado en Pérgamo y empezado a usar cuando escaseó el
papiro, es la piel de algunos animales jóvenes (cabrito, ternera, cordero)
pelada, descarnada y curtida.
Cuando se escribía sobre papiro o pergamino, se utilizaba una pluma, que en latín podía denominarse calamus (de ahí el célebre lapsus calami o error por desliz al escribir), o penna, cortada y dispuesta como las modernas plumas de ave, que se mojaba en la tinta (atramentum) de un tintero (atramentarium).
Cuando se escribía sobre papiro o pergamino, se utilizaba una pluma, que en latín podía denominarse calamus (de ahí el célebre lapsus calami o error por desliz al escribir), o penna, cortada y dispuesta como las modernas plumas de ave, que se mojaba en la tinta (atramentum) de un tintero (atramentarium).
Dice la inevitable Güiquipedia que la
tabla rasa (en latín tabula rasa) es una tablilla sin
inscribir. Pero habría que precisar un poco más y decir: una tablilla encerada.
Y es que griegos y romanos utilizaban tabulae o tabellae, que es su
diminutivo, que podemos traducir por tablillas o tabletas, para escribir en
ellas de un modo privado, a modo de modernas agendas o diarios o mensajería
electrónica a través de la Red.
En español se usa la expresión “hacer
tabla rasa” para indicar la acción de olvidar y no tener en cuenta hechos
pasados, similar a «hacer borrón y cuenta nueva». Como metáfora se aplica,
desde Locke, según tengo entendido, a la mente del recién nacido, que vendría
al mundo vacía, “como una tabla rasa, horra de caracteres y sin ninguna idea”.
Se esparcía cera en la superficie de
unas tablillas de madera, cuyos bordes estaban levantados; por lo que su
interior estaba ligeramente raspado o ahuecado de modo que la cera quedase en
él fijada y bien contenida. Por lo común se juntaban varias tabletas, mediante
un cordoncito pasado por agujeros practicados en el borde; por eso las tabellae
podían ser dobles duplices, triples triplices...
múltiples multiplices, de donde proceden nuestras palabras duplicar,
triplicar... multiplicar, según el número de tabletas de madera de que estaban
compuestas. Se indicaban también con el nombre griego de diptycha, triptycha…
polypticha, palabras que hemos heredado en
castellano: díptico, tríptico y políptico (según el Diccionario “Pintura,
grabado o relieve distribuidos en varios paneles que pueden plegarse sobre sí
mismos”), compuestas del número dos (di-), tres (tri-) o del adjetivo muchos
(poly-) más el sustantivo πτύξ πτυχός (ptýchs
ptychós) que significa literalmente pliegue.
Cada tableta se cubría de cera por
las dos caras, pero en el dipthychon se enceraban
sólo las partes interiores; tenía, por lo tanto, el aspecto de una carpeta,
librito o cuaderno; las dos caras exteriores hacían en cierto modo el oficio de
cubiertas. Sobre la anterior algunos labraban su propio nombre. Estas tabletas
enceradas de madera son el antecedente más antiguo del moderno tipo de libro, y
prefiguraron el códice de pergamino que sustituyó al tradicional liber, volumen o rollo de papiro.
En la cera se grababan las letras por
medio de un canutito largo, una especie de punzón delgado y puntiagudo o
estilete, que se llamaba stilus (o stylus),
actividad que se denominaba en latín arare o exarare, con un
metáfora agrícola, propiamente “trazar un surco”. En la otra extremidad del stilus
había una pequeña espátula redonda o llana, que servía para borrar algunas de
las letras o palabras ya trazadas, o para restituir a la cera la igualdad de
una superficie uniforme y dejar la tableta quam tabula rasa, de donde viene
la expresión de hacer “tabla rasa”. Así se explica el célebre “saepe stilum uertas, iterum quae digna legi
sint / scripturus” de Horacio (Sátiras, I, 10, 72) “Vuelve a menudo
el punzón, si vas a escribir algo digno / de releerse”, donde la expresión
“volver el punzón” significa usarlo no sólo para escribir, sino, al revés
también, para borrar lo escrito y corregirlo.
Stilus acabó por significar ya en
latín “ejercicio de escribir”, de donde viene nuestro moderno “estilo”, palabra
noble, que significa la más exquisita y estilizada, valga la redundancia,
expresión de la personalidad de un artista en general y de un escritor en
particular a la hora de elegir y disponer las palabras. “El estilo es el
hombre” ha dicho Buffon; al principio, en cambio, era un simple punzón de
hierro, de hueso, de marfil, y servía para rasguñar la cera. Recuerdo de este
origen es nuestra expresión pluma estilográfica.
Las tabletas enceradas eran el medio
más adecuado para transmitir misivas secretas, particularmente entre amantes, y
en este caso, para que entre el remitente y el destinatario no se entremetiese
la curiosidad del portador o de algún otro indiscreto, se ataban con un
cordoncito y se sellaban.
He aquí
la elegía III, 23, de Propercio según la edición de S.J. Heyworth en Oxford
Classical Texts (2007), en la que el poeta se lamenta de haber perdido sus
tablillas, igual que si fuera un moderno adolescente que ha extraviado su móvil
y ofrece una recompensa a quien se lo devuelva.
Ergo tam doctae nobis periere tabellae,
scripta quibus pariter tot periere bona!
has quondam nostris manibus detriuerat usus,
qui non signatas iussit habere fidem.
illae iam sine me norant placare puellas,
atque eaedem sine me uerba diserta loqui.
non illas fixum caras effecerat aurum:
uulgari buxo sordida cera fuit.
Qualescumque, mihi semper mansere fideles,
semper et effectus promeruere bonos.
forsitan haec illis fuerunt mandata tabellis:
'irascor, quoniam es, lente, moratus heri.
an tibi nescio quae uisa est formosior? an tu
non bona de nobis crimina ficta iacis?'
aut dixit: 'uenies hodie, cessabimus una:
hospitium tota nocte parauit Amor,'
et quaecumque uolens reperit non stulta puella
garrula cum blandis ducitur hora dolis.
me miserum, his aliquis rationem scribit auarus
et ponit duras inter ephemeridas!
quas si quis mihi rettulerit, donabitur auro:
quis pro diuitiis ligna retenta uelit?
i puer, et citus haec aliqua propone columna,
et dominum Esquiliis scribe habitare tuum.
Papiros que crecen en las ruinas del templo de Apolo en Siracusa (Sicilia)
Así la
traduzco en versión rítmica en hexámetros y pentámetros dactílicos españoles:
¿Se me perdieron entonces tablillas tan
cultas, con las que
se me perdió también tanto de pro que
escribí?
Su uso en mis manos las hubo hace tiempo
gastado ,
uso que, sin firmar, hizo cobrar validez.
Ya ellas sabían sin mí calmar a mis
enamoradas,
y unas palabras decir muy elocuentes sin mí.
No las había el oro incrustado hecho
valiosas:
cera había sin más sobre tablero de boj.
Siempre a mí de la clase que fueran me
fueron leales,
siempre prestado me han buenos servicios
también.
Estos mensajes había tal vez en aquellas
tablillas:
«Lerdo, enojada estoy, porque tardaste ayer.
¿No te habrá no-sé-quién parecido más guapa?
¿O lanzas
falsas calumnias no buenas en contra de mí?”
O te decía: «Vendrás hoy, juntos nos
solazaremos;
«Toda la noche cuartel te ha deparado el
Amor»
Y lo que inventa de grado la chica listilla,
chismosa,
cuando la cita se da a triquiñuelas de amor.
¡Pobre de mí, un usurero en ellas sus
cálculos hace
y entre sus libros las va frígidos a
colocar!
Si alguien me las devolviera, será a precio
de oro pagado:
¿Quién va a querer guardar tablas en vez de
parné?
Rápido, vete, muchacho, y colócalo en una
columna,
y en las Esquilias, pon, vive el
que es tu señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario