jueves, 7 de diciembre de 2017

Cual tábula rasa

Griegos y romanos usaron diferentes materiales como soporte de la escritura para que las palabras quedaran grabadas, inmutables, fijas, no fuera a ser que se les escaparan volando y se las llevara el viento. Usaron para escribir piedra o láminas de bronce, plomo o cobre e incluso metales preciosos para leyes e inscripciones fúnebres destinadas a perdurar en la memoria de las gentes; también emplearon tabletas o tablillas de madera enceradas, tiras de papiro, que es una fibra vegetal de una planta acuática que crece a orillas del Nilo y en la cuenca mediterránea, o pergamino, que, inventado en Pérgamo y empezado a usar cuando escaseó el papiro, es la piel de algunos animales jóvenes (cabrito, ternera, cordero) pelada, descarnada y curtida.

Cuando se escribía sobre papiro o pergamino, se utilizaba una pluma, que en latín podía denominarse calamus (de ahí el célebre lapsus calami o error por desliz al escribir), o penna, cortada y dispuesta como las modernas plumas de ave, que se mojaba en la tinta (atramentum) de un tintero (atramentarium).
Dice la inevitable Güiquipedia que la tabla rasa (en latín tabula rasa) es una tablilla sin inscribir. Pero habría que precisar un poco más y decir: una tablilla encerada. Y es que griegos y romanos utilizaban tabulae o tabellae, que es su diminutivo, que podemos traducir por tablillas o tabletas, para escribir en ellas de un modo privado, a modo de modernas agendas o diarios o mensajería electrónica a través de la Red.

En español se usa la expresión “hacer tabla rasa” para indicar la acción de olvidar y no tener en cuenta hechos pasados, similar a «hacer borrón y cuenta nueva». Como metáfora se aplica, desde Locke, según tengo entendido, a la mente del recién nacido, que vendría al mundo vacía, “como una tabla rasa, horra de caracteres y sin ninguna idea”.
Se esparcía cera en la superficie de unas tablillas de madera, cuyos bordes estaban levantados; por lo que su interior estaba ligeramente raspado o ahuecado de modo que la cera quedase en él fijada y bien contenida. Por lo común se juntaban varias tabletas, mediante un cordoncito pasado por agujeros practicados en el borde; por eso las tabellae podían ser dobles duplices, triples triplices... múltiples multiplices, de donde proceden nuestras palabras duplicar, triplicar... multiplicar, según el número de tabletas de madera de que estaban compuestas. Se indicaban también con el nombre griego de diptycha, triptychapolypticha, palabras que hemos heredado en castellano: díptico, tríptico y políptico (según el Diccionario “Pintura, grabado o relieve distribuidos en varios paneles que pueden plegarse sobre sí mismos”), compuestas del número dos (di-), tres (tri-) o del adjetivo muchos (poly-) más el sustantivo πτύξ πτυχός (ptýchs ptychós) que significa literalmente pliegue.

Cada tableta se cubría de cera por las dos caras, pero en el dipthychon se enceraban sólo las partes interiores; tenía, por lo tanto, el aspecto de una carpeta, librito o cuaderno; las dos caras exteriores hacían en cierto modo el oficio de cubiertas. Sobre la anterior algunos labraban su propio nombre. Estas tabletas enceradas de madera son el antecedente más antiguo del moderno tipo de libro, y prefiguraron el códice de pergamino que sustituyó al tradicional liber, volumen o rollo de papiro.
En la cera se grababan las letras por medio de un canutito largo, una especie de punzón delgado y puntiagudo o estilete, que se llamaba stilus (o stylus), actividad que se denominaba en latín arare o exarare, con un metáfora agrícola, propiamente “trazar un surco”. En la otra extremidad del stilus había una pequeña espátula redonda o llana, que servía para borrar algunas de las letras o palabras ya trazadas, o para restituir a la cera la igualdad de una superficie uniforme y dejar la tableta quam tabula rasa, de donde viene la expresión de hacer “tabla rasa”. Así se explica el célebre “saepe stilum uertas, iterum quae digna legi sint / scripturus” de Horacio (Sátiras, I, 10, 72) “Vuelve a menudo el punzón, si vas a escribir algo digno / de releerse”, donde la expresión “volver el punzón” significa usarlo no sólo para escribir, sino, al revés también, para borrar lo escrito y corregirlo.

Stilus acabó por significar ya en latín “ejercicio de escribir”, de donde viene nuestro moderno “estilo”, palabra noble, que significa la más exquisita y estilizada, valga la redundancia, expresión de la personalidad de un artista en general y de un escritor en particular a la hora de elegir y disponer las palabras. “El estilo es el hombre” ha dicho Buffon; al principio, en cambio, era un simple punzón de hierro, de hueso, de marfil, y servía para rasguñar la cera. Recuerdo de este origen es nuestra expresión pluma estilográfica.
Las tabletas enceradas eran el medio más adecuado para transmitir misivas secretas, particularmente entre amantes, y en este caso, para que entre el remitente y el destinatario no se entremetiese la curiosidad del portador o de algún otro indiscreto, se ataban con un cordoncito y se sellaban.

He aquí la elegía III, 23, de Propercio según la edición de S.J. Heyworth en Oxford Classical Texts (2007), en la que el poeta se lamenta de haber perdido sus tablillas, igual que si fuera un moderno adolescente que ha extraviado su móvil y ofrece una recompensa a quien se lo devuelva.

Ergo tam doctae nobis periere tabellae,
scripta quibus pariter tot periere bona!
has quondam nostris manibus detriuerat usus,
qui non signatas iussit habere fidem.
illae iam sine me norant placare puellas,
atque eaedem sine me uerba diserta loqui.
non illas fixum caras effecerat aurum:
uulgari buxo sordida cera fuit.
Qualescumque, mihi semper mansere fideles,
semper et effectus promeruere bonos.
forsitan haec illis fuerunt mandata tabellis:
'irascor, quoniam es, lente, moratus heri.
an tibi nescio quae uisa est formosior? an tu
non bona de nobis crimina ficta iacis?'
aut dixit: 'uenies hodie, cessabimus una:
hospitium tota nocte parauit Amor,'
et quaecumque uolens reperit non stulta puella
garrula cum blandis ducitur hora dolis.
me miserum, his aliquis rationem scribit auarus
et ponit duras inter ephemeridas!
quas si quis mihi rettulerit, donabitur auro:
quis pro diuitiis ligna retenta uelit?
i puer, et citus haec aliqua propone columna,
et dominum Esquiliis scribe habitare tuum.

Papiros que crecen en las ruinas del templo de Apolo en Siracusa (Sicilia)

Así la traduzco en versión rítmica en hexámetros y pentámetros dactílicos españoles:

¿Se me perdieron entonces tablillas tan cultas, con las que
se me perdió también tanto de pro que escribí?
Su uso en mis manos las hubo hace tiempo gastado ,
uso que, sin firmar, hizo cobrar validez.
Ya ellas sabían sin mí calmar a mis enamoradas,
y unas palabras decir muy elocuentes sin mí.
No las había el oro incrustado hecho valiosas:
cera había sin más sobre tablero de boj.
Siempre a mí de la clase que fueran me fueron leales,
siempre prestado me han buenos servicios también.
Estos mensajes había tal vez en aquellas tablillas:
«Lerdo, enojada estoy, porque tardaste ayer.
¿No te habrá no-sé-quién parecido más guapa? ¿O lanzas
falsas calumnias no buenas en contra de mí?”
O te decía: «Vendrás hoy, juntos nos solazaremos;
«Toda la noche cuartel te ha deparado el Amor»
Y lo que inventa de grado la chica listilla, chismosa,
cuando la cita se da a triquiñuelas de amor.
¡Pobre de mí, un usurero en ellas sus cálculos hace
y entre sus libros las va frígidos a colocar!
Si alguien me las devolviera, será a precio de oro pagado:
¿Quién va a querer guardar tablas en vez de parné?
Rápido, vete, muchacho, y colócalo en una columna,
y en las Esquilias, pon,    vive el que es tu señor.

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