domingo, 31 de diciembre de 2017

Revocación de la orden de destierro del poeta Ovidio

¿Cómo vamos a recibir la noticia no poco surrealista de que dos mil años después de ser desterrado de Roma el poeta  Ovidio sea rehabilitado ahora por el ayuntamiento de la capital italiana y revocada la orden de exilio que dictó contra él el emperador Augusto? Obviamente, con irónica sonrisa y no poca alegría, porque así se ve aquello de don Antonio Machado de que "hoy es siempre todavía", y porque, como dice el adagio popular, más vale tarde que nunca, y, también, nunca es tarde, aunque hayan pasado más de dos mil años, si la dicha es buena. 

 Vista de Sulmona en la actualidad

Publio Ovidio Nasón había nacido en Sulmona en el año 43 ante Christum natum, la misma y, sin embargo, no la misma Sulmona que se alza todavía hoy, en la provincia actual de L’Aquila, en la región de los Abruzos, y  muerto quizá a los cincuenta y nueve años de edad en el año 17 post Christum natum -no se sabe con exactitud si poco antes o poco después- en el Ponto Euxino, que así llamaban los griegos apotropaica- o irónicamente al Mar Negro, por lo inhóspito que resultaba precisamente para la navegación, no siendo buen anfitrión, ya que “euxino” quiere decir bien hospitalario en la lengua de Homero. 


En este año 2017 que dicen que ahora concluye se ha querido celebrar así el bimilenario de la muerte del poeta, que murió efectivamente en el exilio, resucitando los restos mortales de su nombre propio y revocando la orden de destierro que contra él dictó uno de los príncipes de este mundo, como si eso pudiera reparar a estas alturas la injusticia, es decir la acción de la justicia entonces vigente, del daño que sufrió el poeta. 

 
 Ovidio desterrado de Roma, William Turner (1838)

En el año 8 de nuestra era, en efecto, el poeta latino Publio Ovidio Nasón, cantor del amor y célebre sobre todo en la literatura y el arte universales por la trascendencia de su obra Metamorfosis, fue condenado al exilio en Tomis, la ciudad que después se convertiría, andando el tiempo, como suele decirse,  en la Constanza actual, en el otro extremo del imperio romano, en Rumanía, de donde no pudo regresar ni siquiera tras la muerte de Augusto. ¿Por qué murió tan lejos de su Sulmona natal y de su querida Roma donde residía? No se sabe muy bien a fecha de hoy todavía cuál fue la razón concreta de su destierro ni si está relacionado con su vida, con su obra o con ambas.


El caso es que, según se leía en la prensa estos días atrás, un partido político italiano presentó una moción que fue aprobada en el Ayuntamiento de Roma con el fin de «reparar el grave daño sufrido por Ovidio, procediendo a revocar el decreto por el que Augusto lo mandó al exilio». El ayuntamiento de Roma, regentado por la abogada Virginia Raggi, se ha arrogado así la representación ideal de la continuidad histórica del Senatus PopulusQue Romanus (SPQR), es decir, del Senado y del Pueblo de Roma,  y ha decidido restituir «la dignidad del poeta, injustamente enviado al exilio». El vicealcalde y asesor de Cultura de dicho consistorio ha declarado además, según leemos en la prensa, que «la rehabilitación de Ovidio es un símbolo importante, ya que habla del derecho de los artistas a expresarse libremente en la sociedad». 

 Estatua de Ovidio en Constanza (Rumanía)

La injusticia que se cometió con Ovidio, la promulgación de la orden que decretaba su exilio, no se repara con otra orden que la anule dictada como la anterior desde Arriba: la única reparación posible sería no decretar ninguna orden ni ley que privara a nadie de su libertad ni del derecho a vivir donde le plazca, para lo cual lo primero de todo sería necesario que no existiera ningún Estado o régimen político heredero de aquel otro que pretendiera mostrar su nueva cara democrática y liberal, como el policía bueno, intentando reparar el daño causado por el policía malo, en este caso por el Príncipe Octaviano,  quien todavía no osaba llamarse Emperador, pero que aceptó encantado el título de Augusto que le confirió el Senado romano; "bueno" y "malo", además, no son sino las dos caras, amable una y arisca la otra, de la misma moneda, ya se trate del policía o de cualquier forma de Estado o régimen político dominante.


En todo caso de poco le puede servir al poeta, dos mil años después de su muerte, que el Ayuntamiento de Roma quiera desquitarse ahora anulando aquel decreto de destierro. Hay una sola forma de hacer que vuelva de su exilio y olvido el poeta y devolverle así la libertad de expresión que merece, que es leyendo sus versos, y para eso no hace falta que ningún poder ni autoridad lo autorice ni revoque la orden de destierro que ese mismo poder, el mismo y, paradójicamente,  no el mismo, decretó en su momento. 

Ovidio en el exilio,  Ion Theodorescu-Sion (1915)

La dicha sería buena, como decíamos al principio,  si se leyeran todavía algunos de sus versos y resonaran en nuestros oídos. Ese sería el mayor tributo y homenaje que podríamos rendirle, pues era tal la pasión por el ritmo del lenguaje y la poesía de Publio Ovidio Nasón que cuando su padre le prohibió en su juventud dedicarse al arte de las Musas porque no era rentable económicamente hablando, haciéndole jurar que no escribiría más versos,  no pudo menos él, como hijo complaciente y al mismo tiempo poeta rebelde e impenitente que era, que  prometerle, en verso, que así lo haría. Afortunadamente para nosotros no cumplió su promesa. Así nos lo cuenta él mismo en unos dísticos autobiográficos: 

Saepe pater dixit: "Studium quid inutile temptas?
Maeonides nullas ipse reliquit opes".
Motus eram dictis, totoque Helicone relicto
scribere conabar uerba soluta modis.
Sponte sua carmen numeros ueniebat ad aptos,
et quod temptabam dicere uersus erat.
(Ovidio, Tristezas, IV, 10, 21-26)

Siempre me dijo mi padre: "¿Por qué te agrada lo inútil?
Mira a Homero, que ni un     mal dividendo ganó."
Me convencía lo dicho y, dejando de lado las Musas,
yo intentaba escribir     prosa corriente y vulgar.
Pero de suyo venía el ritmo a su metro preciso,
y era lo que iba a decir     verso medido y cabal.

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