Vamos a meternos ahora de cabeza con la palabra latina CAPUT, que era el
nombre que los romanos daban a esa parte del cuerpo. Un sinónimo era TESTA, que
han conservado el italiano tal cual, el
francés bajo la forma tête y nosotros en palabras como testarudo,
testuz, que es la parte frontal o nuca de algunos
animales, y testa mismamente, con su
forma antigua tiesta, que todavía se usa en Asturias, y su masculino tiesto,
que en castellano viejo era sinónimo de cráneo, y hoy es un pote de barro, que
era lo que propia- y originalmente significaba TESTA en latín y se aplicó a la
cabeza como divertida metáfora popular.
Sigamos el rastro de la palabra
CAPUT. En la lengua de Dante evoluciona enseguida a capo, tras la caída de la consonante final y el paso de la u a
o, como en las expresiones capo della mafia, capo dello Stato, o capofamiglia donde significa cabecilla visible o cabecera
principal; es decir: jefe de la mafia, del Estado o de familia,
respectivamente.
Pero es que en la lengua de
Cervantes, que es la nuestra, las consonantes oclusivas sordas como la P,
además, se sonorizaron entre vocales y la P intervocálica se convirtió, por lo
tanto, en B, por lo que el capo
italiano pasó a ser nuestro cabo. Lo tenemos como nombre de un
accidente geográfico prominente como la cabeza, por ejemplo el
Cabo
de Buena Esperanza, o el cabezo, que es sinónimo de cerro, y
en cabotaje,
que es la navegación costanera que no se aleja mucho de la costa ni adentra en
altamar, que va de punta a cabo; y en el más genérico de parte extrema de una
cosa, de donde procede el adjetivo cabal, con el sentido de completo o
perfecto, el verbo descabalar, con el significado de estropear, y la expresión de llevar algo a
cabo, es decir, a término, a su fin, de donde nos sale como por arte de
magia la palabra quizá más importante de las que proceden de CAPUT que sería
nuestro verbo acabar, y en relación con él recabar, conseguir
totalmente, hasta el cabo, y menoscabar, que significaría llevar
algo a cabo pero menos, es decir, no acabarlo, dejarlo sin
terminar, imperfecto, donde se ve que el prefijo “menos-” equivale a la
negación: eso y no otra cosa es el menoscabo, el quitar o deteriorar
algo.
Y como vamos de cabo
a rabo, vamos a detenernos en los cabos de las fuerzas armadas, que
alguna relación deben de tener con los geográficos que hemos visto y con los capos
italianos. Hay cabos también, en efecto, en la
Guardia Civil y en el Ejército, donde se designa así a aquel militar de la clase de
tropa cuyo ringorrango está por encima del miles
gregarius o soldado raso pero por debajo del sargento.
Si seguimos atando cabos
en el Ejército, nos encontramos con que se conserva la P originaria de
la palabra latina CAPUT, por el influjo culto de la lengua escrita, siempre
conservadora, en el nombre de capitán, cuya graduación es más alta
que la del cabo, dado que es el mando que encabeza a una tropa, y
de ahí quien la capitanea. Guardan relación con él el adjetivo capitana
aplicado a una nave o galera, y la capitanía,
por no hablar del máximo capitoste que es el capitán
general.
Las jóvenes
generaciones tal vez no sabrán que la palabra caudillo que se aplicó al
general Francisco Franco durante el nacionalcatolicismo –en las monedas de las
antiguas pesetas aparecía la leyenda “Francisco Franco caudillo de España por la
g(racia) de Dios”, ahí es nada- procede
del castellano viejo cabdiello, término que a su vez
deriva de CAPITELLUM, que es el
diminutivo de CAPUT, o sea, cabecilla. De caudillo salen el verbo
acaudillar y los sustantivos caudillaje y caudillismo.
Y ya que hablamos
de numismática, no está de más recordar a nuestros vástagos que nuestro juego de
“cara o cruz” cuando lanzamos una moneda al aire, se llamaba en Roma CAPITA ET NAVIA, porque las monedas
solían tener por un lado una cara, generalmente de un mandatario, y por otro una nave. Sin embargo, ya con
Teodosio II, cien años después de la conversión del emperador Constantino al
cristianismo, se acuñó una moneda con una cruz cristiana en su reverso,
quedando en el anverso, como era habitual, la testa coronada del
emperador.
Nos produciría algún
quebradero de cabeza y nos llevaría muy lejos analizar aquí cómo la cruz, que
para los primeros cristianos era una imagen aborrecida de muerte, ya que Jesús
fue condenado a morir en ella, se convirtió en el emblema de la nueva fe y en el
símbolo cristiano por antonomasia, lo que, en principio, sólo podría explicarse por perversión
conceptual.
En las monedas de
una peseta acuñadas en 1975 a
la muerte del sedicente caudillo, aparece el busto del Rey
Juan Carlos I sin la expresión “por la gracia de Dios”. Se lee en ellas: Juan Carlos I Rey de España. En el
reverso de la moneda, el escudo de España, que, cuando se jugaba a cara o cruz con aquellas
pesetas, se consideraba la cruz, aunque ésta no apareciera por ningún lado. A
veces tiene que romperse uno mucho la cabeza
con las monedas actuales de un euro para discernir cuál es la cara y cuál la
cruz, porque no siempre figuran ya en ellas los bustos de los jefes
del Estado, que son sustituidos por otras alegorías y simbolismos nacionales.
Del CAPITELLUM, por
cierto, del que derivó el caudillo nos viene también, a través
de un préstamo del francés, cadete, que era el nombre que se
daba al joven noble, que se educaba en los colegios militares, y que por lo tanto
era alumno de ellos, como los cadetes de West Point americanos, o servía en algún regimiento, y ascendía
enseguida a oficial sin haber pasado por los empleos inferiores de las fuerzas
armadas. Fuera ya del Ejército,
en la vida civil, tenemos al capataz, que es el nombre de la
persona que gobierna y vigila a cierto número de trabajadores, sobre todo, pero
no exclusivamente, en el ámbito de la labranza y administración de las fincas rústicas.
Y ya que vamos de cabo
a rabo, habrá que recordar el
préstamo catalán que tenemos en castellano que es capicúa, procedente de cap, que
es como se dice cabo y cabeza en catalán, donde no sólo ha
caído la consonante final, sino también la u,
conservándose la p, y cua, que es el nombre de la cola, o
sea, del rabo. Capicúa no sólo es el número que puede ser leído en sentido
inverso, de derecha a izquierda, con el mismo valor que si se lee de izquierda
a derecha, sino también un palíndromo como: dábale
arroz a la zorra el abad. En vista de todo esto, no nos extrañará, a estas
alturas, que en rumano, que es otra lengua romance como la nuestra, cabeza
se diga cap, como en catalán.
Pero antes de
seguir adelante, hay que aclarar que nuestra “cabeza” no procede directamente
de CAPUT, sino de su derivado vulgar CAPITIA, de donde también sale la cabeça
portuguesa. Y, ya que tenemos la cabeza,
es fácil explicar el origen de la cabecera de la cama o de un
periódico, el cabezal, la acción de cabecear,
o la cabezada de la siesta, por no hablar de la cabezonería
o testarudez, o de los gigantes y cabezudos,
o del adjetivo cabizbajo, que deriva de
cabecibajo, que supone todo lo contrario de tener la cabeza bien alta.
De ahí que conservemos la raíz CAPIT-,
por el lado culto, en el latinajo “per cápita”, por ejemplo, esto es,
“por cabezas” aplicado a la renta, y en los cultismos decapitar, que
significaría descabezar, capitel, que es propiamente la cabecera de la columna, o capítulo, que
originalmente significaba “letra capital”, o sea la letra mayúscula o dibujo con
que se encabezaba el capítulo. De capítulo surgirá capitular,
con el significado de rendirse, ya que había que redactar los capítulos de las
condiciones que regirían la rendición o capitulación, pero recapitular
sería recordar o volver a
repasar lo que se ha registrado por escrito en un libro, por ejemplo. De CAPITULUM
también desciende cabildo, que es una reunión de monjes o canónigos, es decir, de
cabezas de la iglesia.
La raíz CAPIT la
encontramos modificada ya en latín en
CIPIT en una palabra como PRAECIPITARE, que significa propiamente lanzar de
cabeza, con la cabeza por delante, como sugiere el prefijo prae-, despeñar, y
de ahí nuestro precipitar, y el nombre que le damos al despeñadero, que es el
precipicio, y al apresuramiento o la prisa, la precipitación, muy mala consejera en todos los negocios.
Como curiosidad, diremos
que el nombre de los músculos bíceps y tríceps –son dos
latinismos- alude a que su forma tiene dos (bi-) o tres (tri-) cabezas o
prominencias respectivamente.
Quizá la etimología
más extraña, por lo caprichosa que resulta, y también discutida, es la de la palabra capricho precisamente,
que es un préstamo del italiano capriccio, que quizá remonta a
capo-riccio es decir cabeza
erizada, ya que en principio capricho era horripilación, escalofrío,
y de ahí idea nueva y extraña en una obra de arte y, por consiguiente, antojo.
La relación de la
cabeza como parte más importante del cuerpo con el aparato del poder es
evidente, como también nos muestra la evolución de CAPUT en la lengua de
Molière, que es chef, de donde vuelve
a nosotros como jefe, de ahí la jefatura del Estado, por ejemplo, o
la figura del jefe de estudios, en los institutos, y toda la jerarquía de jefes,
jefazos, jefecillos y demás, con sus correspondientes femeninos: jefas,
jefazas y jefecillas. Da igual ya el timbre masculino o femenino de la
voz de mando.
Pero no menos
curiosa es la relación que se establece entre esta parte del cuerpo y el
poderoso caballero que es don Dinero, porque del adjetivo latino CAPITALIS
CAPITALE, que en principio significaba en la lengua de Virgilio “importante,
principal, relacionado con la cabeza”, como en la expresión POENA CAPITALIS para
referirnos a la pena capital o de muerte, nos vienen a nosotros dos
sustantivos: uno femenino “la capital” , por ejemplo, la ciudad
principal o cabeza de un país, donde residen los centros de gobierno; y otro
masculino “el capital”, que es el nombre del Becerro de Oro, el dios
todopoderoso que es Don Dinero, único dios verdadero dentro del monoteísmo
imperante. Y de este último uso deriva el nombre de nuestra sociedad capitalista
y del capitalismo, el sistema económico en el que, mal que nos pese, vivimos
inmersos.
Curiosa es también
la palabra capitalizar que tanto usan ahora los políticos como sinónimo de
rentabilizar. Nuestros políticos en realidad son más economistas que otra cosa,
y les gustan mucho los polisílabos,
hasta el punto de que no nos piden a los votantes y contribuyentes fe en ellos, que es monosílabo y parece poca cosa, sino credibilidad, que es palabra con mucho
más empaque: cinco sílabas. Así que cuando dicen que hay que capitalizar
algo, están diciendo que hay que convertirlo en dinero como hacía el
rey Midas con sólo tocar una cosa.
La etimología viene
a demostrarnos, en resumidas cuentas, que los auténticos valores de nuestra sociedad, ay, no son otros
más que los económicos o bursátiles, y que, al parecer, vale más, desgraciadamente, la bolsa que la vida que tiene uno. Por
eso mismo no sólo tienen caudal los ríos caudalosos,
valga la redundancia, que llevan mucha agua, sino los multimillonarios acaudalados, que poseen muchos capitales, habida cuenta de su enriquecimiento a costa del acaparamiento de recursos y del empobrecimiento de los demás.
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