Vamos a darle ahora un poco a la lengua,
a la cosa y a la palabra que designa a la cosa y que procede de la forma LINGUAM de nuestra lengua madre. Llamamos al
latín lengua madre y no lengua muerta, como hacen algunos apresurándose
a certificar su defunción antes de que se haya producido efectivamente, porque seguimos
hablándola, aunque no seamos muy conscientes de ello, en varios de sus
dialectos o degeneraciones: a la misma cosa los italianos, gallegos y portugueses le dicen lingua, langue los franceses, limba
los rumanos, llengua los catalanes, y los
castellanoparlantes le decimos lengua. Podríamos decir que el latín
es nuestra lengua madre muerta, pero no es así: nosotros somos la prueba viviente
de que sus genes están en nuestro ADN y de que funciona la transmisión hereditaria.
Tras la caída de la M final observamos cómo la I breve tónica de la palabra originaria se convierte en
E, dando lugar a nuestra lengua y a sus derivados como lenguaje
y lenguado,
por ejemplo.
Lo primero que nos llama la atención, en otro orden de cosas, es que el nombre de este músculo del cuerpo humano que nos sirve para comer y para hablar se ha convertido en sentido figurado en sinónimo precisamente de idioma, en lenguaje o manera de hablar.
Lo primero que nos llama la atención, en otro orden de cosas, es que el nombre de este músculo del cuerpo humano que nos sirve para comer y para hablar se ha convertido en sentido figurado en sinónimo precisamente de idioma, en lenguaje o manera de hablar.
La metáfora, o más propiamente
metonimia que designa algo con el nombre de otra cosa relacionada con ello, viene de muy lejos. Ya los romanos hablaban
de lingua
Latina o Graeca, es decir,
identificaban el órgano que participa en la fonación con la propia acción de
hablar, es decir con una de sus funciones, e incluso hablaban de que alguien
era experto utraque lingua, es
decir, en ambas lenguas, en una y otra lengua, esto es, en griego y en latín. Y
es que el resto de las lenguas entraban dentro del ámbito de la barbarie,
aunque recordemos aquí al padre Ennio que decía tener tres almas o corazones
porque hablaba tres lenguas, latín, griego y osco, equiparándolas a las tres... Los que no hablaban
en una u otra lengua no hablaban, sino que propiamente
farfullaban un lenguaje incomprensible, eran bárbaros: palabra de origen
onomatopéyico que quiere imitar el ruido de los que no saben hablar, de los que balbucean, farfullan, sólo saben pronunciar un
incomprensible barbarbar, de donde
sale el adjetivo barbarus, que
designa al extranjero, al inculto, al salvaje que sólo sabe hacer y decir barbaridades.
Esta situación de identificar el
órgano con una de sus funciones, en concreto con la de la fonación, no se
produce tanto, sin embargo, en inglés o en alemán, donde a la lengua como parte
del cuerpo se la llama tongue y Zunge respectivamente, pero no siempre funciona
la metonimia de lenguaje. Ningún anglosajón diría, por ejemplo, Spanish tongue ni ningún alemán spanische Zungue para referirse a la lengua española, sino en todo
caso Spanish language o spanische Sprache. En sentido figurado, sin embargo, se habla en inglés de mother tongue o native tongue para denominar a la lengua madre o nativa, y también
hay expresiones similares a las nuestras de morderse la lengua o comerle
a uno la lengua el gato, para referirnos al hecho de quedarse callados.
La forma inglesa language, por cierto, es un préstamo francés de langage, que nos remite a LINGUA, a
través de langue,
mientras que las formas inglesa tongue
y alemana Zunge se emparentan con la
latina por su común origen indoeuropeo, procedentes de una raíz *dnghu-, como atestigua el latín arcaico DINGUA.
El cambio que se opera en el
propio latín de DINGUA a LINGUA puede explicarse por interferencia semántica
con el verbo LINGO, que significa lamer, emparentado con el inglés to lick y el alemán zu lecken, y responsable tal vez de esa evolución anómala. Se
utiliza el latinajo cunnilingus, por ejemplo, para designar la práctica sexual de aplicar la
boca, como dice el Diccionario de la Real, o más concretamente, la lengua a la
vulva, que en latín se denomina también CUNNUM, de donde procede el vocablo castellano coño, que tanto se usa como interjección exclamativa. El latinajo está formado, pues, con el nombre del sexo femenino y
la raíz del susodicho verbo LINGO, que interfirió en la evolución de la palabra que tratamos.
Aunque todos nacemos provistos del
órgano de la lengua, reservamos sin embargo el nombre de lenguado
para cierto pez de agua salada y sabrosa carne que tiene forma aplanada
de lengua
y ambos ojos en su lado derecho. Sin embargo cuando tenemos la lengua muy suelta decimos que somos
unos deslenguados,
con el prefijo des-, o también que somos lenguaraces
o que tenemos la lengua muy larga, es decir, muy
desmandada. Tenemos en ese sentido,
además, los compuestos adjetivales lengüicorto y lengüilargo, que no
necesitan mucha aclaración.
Lengüeta es el diminutivo
de lengua
y como tal designa a muchos objetos que
tienen forma de lengua diminuta, como el fiel de la romana o balanza, una
cuchilla de encuadernador, una laminilla metálica móvil de ciertos instrumentos
musicales de viento, hasta la lengüeta del calzado, que es una
tira de piel que suelen tener los zapatos en su cierre por debajo de los
cordones.
Una lengüetada sería la
acción de lamer algo con la lengua, lo mismo que un lengüetazo. Una persona lengüetera
sería una persona murmuradora, chismosa y amiga de cotilleos, que le da
mucho a la lengua en el mal sentido de la palabra.
La I de la palabra originaria
evolucionó en castellano a E, como hemos visto, pero conserva su timbre en los cultismos, influidos por la escritura, más conservadora que el habla, por
ejemplo en los adjetivos lingual, relativo a la lengua, o en
sublingual, con el prefijo sub- debajo, concerniente a
la región inferior de la lengua, lingüiforme, en forma de
lengua, o bilingüe, que no significa que tenga
una lengua
bífida o lengua viperina, como la de las víboras, y trilingüe, palabras con las que denominamos a las personas que se
desenvuelven perfectamente en dos (bi-)
o tres (tri-) idiomas respectivamente. Y así a la ciencia que se ocupa
del estudio del lenguaje se la denomina lingüística y lingüistas a los
especialistas en ella, siguiendo la raíz culta LINGUA.
Del diminutivo latino de LINGUA,
que era LÍGULA, hemos heredado nosotros nuestra lígula, con diversos
significados específicos en los campos de la botánica y la anatomía, y, además,
la palabra ha evolucionado a legra. En efecto, si partimos de la
forma LÍGULAM, tenemos LÍGULA, que en latín significaba cucharilla, lengüeta
o espadín larguirucho, después LÍGLA,
con pérdida de la vocal átona de la sílaba intermedia, a continuación LEGLA,
con el cambio consabido de la I breve tónica a E que ya hemos visto, y
finalmente, LEGRA, tras la disimilación parcial de la segunda L en R para
evitar la cacofonía de repetición del mismo sonido, lo mismo que sucede a
LILIUM, que evoluciona a lirio.
¿Qué es una legra? Es un instrumento de
cirugía, en forma de media luna y retorcido por la punta, que se emplea para raer la
superficie de los huesos o bien la mucosa del útero. A la acción de practicar
un legrado,
legradura o legración se denomina legrar.
En griego lengua se dice
GLOSSA o GLOTTA, dependiendo del dialecto. De la primera forma nos viene glosa,
que significa explicación o comentario de una palabra o de un texto difícil de
entender, el verbo glosar, que quiere decir
comentar o hacer glosas, y glosario
que es el nombre que se da
a un conjunto de palabras que por sus especiales características
requieren una interpretación; y de la segunda, que es la propia del
dialecto ático que se hablaba en la región de Atenas, nos
viene políglota o poliglota, que es lo mismo pero con
una acentuación más acorde con la cantidad larga de la penúltima sílaba, como
denominamos a quien posee varias lenguas, ya que el prefijo griego poli- significa
propiamente muchas (lo que dicho a la latina sería multilingüe o
plurilingüe), o también epiglotis, como denominamos a la lámina cartilaginosa que está situada detrás de la lengua y tapa la glotis
en el momento de la deglución.
Un latinismo muy común relacionado con la lengua es lapsus. Podemos cometer muchos lapsus
o deslices. Puede fallarnos la memoria (lapsus
memoriae), aunque en realidad no nos falla sino que nos juega una mala
pasada; podemos cometer un error al escribir con el bolígrafo o la pluma (lapsus calami), y podemos también
cometer una equivocación al hablar, lo que propiamente se llama lapsus linguae, error que
revela que, aunque digamos una cosa, estamos pensando en otra.
Célebre es el lapsus
freudiano que cometió un presidente del gobierno de las Españas cuando
hablaba de que se había producido un
gran incremento de turistas españoles en Rusia. Decía que había tomado un acuerdo
para estimular, para favorecer, para
follar (sic), para apoyar ese turismo.
¿En qué estaría pensando el señor presidente de la ceja circunfleja a la hora de hacer aquellas públicas declaraciones? Casi
siempre suele haber una motivación sexual en los lapsus linguae, según el psicoanalista vienés, como en el citado ejemplo, pero puede
haber también otras pulsiones, como la del poder y el dinero.
Otro político carpetovetónico, abochornado de los altos emolumentos que cobraba la clase política, quiso decir “los
políticos deberíamos cobrar menos” y cometió un lapsus linguae
significativo y dijo: “los políticos deberíamos robar
menos”. Cometió, sin querer, un error involuntario pero dijo lo que
realmente pensaba, y lo que piensa todo el mundo de los políticos
profesionales, que son unos ladrones.
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