Una
falsa etimología
Los
pedagogos suelen arrimar el ascua a su sardina y amoldan la
etimología del término “educación” al campo semántico propio
de su especialidad, previamente definido. Suelen decir que se remonta al latín “educere” que
significa educir, es decir, sacar algo, hacer que salga del
interior, como por ejemplo en la frase educere uagina ferrum
(desenvainar el sable o desenfundar la espada). Pero
resulta que la acción de educere es en latín eductio, y en
castellano la acción de educir es la educción, a imagen y semejanza
de inducción, deducción y demás compuestos.
Hay
en latín otro verbo muy parecido que es educare. Y la acción
de educare es, propiamente, la educatio, de donde deriva nuestra educación. Ambos verbos, educere y educare, están precedidos
del mismo prefijo centrífugo e(x)- que indica el movimiento “de
dentro hacia afuera”; ambos proceden de una misma raíz
indoeuropea, que significa grosso modo “conducir, llevar”,
pero resulta que no son sinónimos sino en cierto modo antónimos.
Un romano como Varrón nos explica la diferencia: educit
obstetrix, educat nutrix. La obstetra o comadrona se
ocupa del parto; la nodriza, de la alimentación y la crianza (del
élevage en francés).
La educación, pues, está más
relacionada con la gastronomía que con la tocología. Prueba de ello
son los términos alumno y alma mater, los dos emparentados precisamente con el verbo alere, que significa
“alimentar”: alumnus es el alimentado, el nutrido, el
criado, y alma mater, la madre nutricia o nodriza,
como se denominó en principio a la Iglesia y a la Virgen María y
posteriormente a la Universidad de Bolonia, la más vieja de Europa,
fundada en 1088, que adoptó el lema: “Alma mater studiorum”. La
metáfora es evidente la Universidad sería la madre que amamanta a
su hijo.
En castellano la palabra educación es un neologismo
documentado en el siglo XVII, aunque debió de comenzar a usarse a
finales del XVI, según Corominas, como sinónimo de crianza, instrucción y
adoctrinamiento. Los primeros educadores fueron los obispos en el
seno de la Iglesia, que se veía a sí misma como la Madre Iglesia,
de la que los fieles, concebidos como alumnos, no deberían
destetarse porque fuera de la Alma Mater no había ninguna salvación
(extra ecclesiam nulla salus). Es ahora el Estado el que ha
adquirido la función de madre nutricia, y ha considerado a toda la
humanidad educanda, esto es, “que debe ser educada”, es decir,
amamantada con el bolo alimenticio y la sopa boba del
adoctrinamiento y adiestramiento canino. La educación se reservó para que la impartiesen los funcionarios del
Estado, y la educción, para la mayéutica de Sócrates, el hijo de
la partera, perito en partos.
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