Ocurrió en el año 50
de la era cristiana en la provincia romana de Judea, durante la fiesta de la Pascua judía, en Jerusalén. Quizá podamos resumir en
pocas palabras la situación política de Oriente Medio en aquel entonces recurriendo a unas palabras del historiador
Kovaliov: Mientras el alto clero del Templo de Jerusalén y los grandes
propietarios se habían, en general, reconciliado con los romanos, la masa
popular, oprimida por un doble juego, era un vivero de descontentos. El pueblo
creía firmemente en la llegada de un Mesías, el prometido Salvador, que debía
salvar a los hebreos de la opresión de los extranjeros e instaurar en la tierra
el reino de la Verdad.
¿Qué es lo que
sucedió exactamente? Un legionario romano, que se hallaba a la sazón de guardia
en el Templo, no sin la
complicidad seguramente de sus compañeros de armas que le reirían la gracia, se
levantó la túnica a la vista de todo el mundo con un gesto absolutamente
obsceno y provocador, mostró sus verijas y, dándose la vuelta acto seguido, sus nalgas desnudas que enfiló hacia los fieles que se hallaban celebrando la Pascua
y agachándose con el trasero al aire soltó una ventosidad tan irreverente y
ensordecedora que, se diría, el cuesco hizo retumbar las paredes del sacrosanto Templo salomónico.
Maqueta del templo de Jerusalén
El pedo puede
expresar muchas cosas en el ser humano, desde la vergüenza de aquel al que se
le escapa involuntariamente en público hasta el desprecio hacia alguien o algo
cuando se emite adrede, desde intenciones humorísticas de
graciosa camaradería y burlesca broma hasta una gravísima falta de respeto y de
consideración hacia los demás. En este caso, el gesto era una gravísima injuria
a las sagradas creencias de los cientos si no eran miles de judíos que celebraban la pascua congregados en
el Templo, como si aquella ventosidad quisiera penetrar con su hedionda fetidez
en el recinto sagrado del Sancta Sanctorum y expresar sin palabras algo tan irrespetuoso como
“¡Esta es mi ofrenda a vuestro Dios, y me cago en Él!”.
Cuenta el incidente
el historiador de origen judío Flavio Josefo, que vivió en el siglo primero de nuestra era y escribió en
griego, en un pasaje del libro II, capítulo 17, de la Guerra de los judíos
y en otro del libro XX, capítulo 5, de sus Antigüedades judías. Hay
algunas pequeñas diferencias entre ambas versiones, por ejemplo el número de
muertos, que va de treinta mil a veinte mil, pero coinciden pese a lo exagerado de la cantidad en lo fundamental, varios millares de
muertos.
Se acercaba la fiesta
de los Ácimos, en la que era costumbre entre los hebreos comer panes no
fermentados, es decir, sin levadura. Una gran muchedumbre venida de todas partes se congregaba en el Templo de Jerusalén, de donde años atrás Jesús había expulsado no sin violencia a los mercaderes porque habían convertido un lugar de oración en un vulgar mercado donde se rendía culto al dinero en vez de a Jehová. El procurador
romano, temiendo alguna revuelta tumultuosa, había ordenado que una cohorte se
apostara con sus armas en los pórticos para velar por el mantenimiento del orden
público. La medida no era extraordinaria, ya que así solía hacerse todos los
años por esas fechas, por lo que
no era extraña la presencia de legionarios romanos.
Esta es la crónica
exacta de los hechos según Flavio Josefo: Al cuarto día de la festividad, un soldado romano
descubrió su sexo, propiamente sus vergüenzas o partes pudendas, y se lo mostró
a la gente (Τετάρτῃ δὲ ἡμέρᾳ τῆς ἑορτῆς στρατιώτης τις ἀνακαλύψας ἐπεδείκνυε τῷ
πλήθει τὰ αἰδοῖα). La versión que nos da en la Guerra... tiene más lujo
de detalles: uno de los legionarios levantándose la túnica (εἷς τις τῶν στρατιωτῶν
ἀνασυράμενος τὴν ἐσθῆτα) y agachándose indecentemente (καὶ κατακύψας
ἀσχημόνως), mostró a los judíos el trasero (προσαπέστρεψεν τοῖς Ἰουδαίοις τὴν
ἕδραν ), y descerrajó un ruido acorde a su postura (καὶ τῷ σχήματι φωνὴν ὁμοίαν
ἐπεφθέγξατο).
Los que lo vieron se
irritaron y dijeron que no era a ellos a quienes injuriaba de ese
modo, sino, lo que era mucho más grave, al fino olfato y a los oídos de su Dios, es decir a Yahvé o Jehová mismo que habitaba en la cámara secreta de aquel Templo que había levantado con sus propias manos el sabio rey Salomón mil años atrás. Los más exaltados insultaron al procurador de
Judea, responsabilizándolo personalmente y alegando que era él el que había apostado allí a los soldados... Los
jóvenes más radicales y predispuestos al motín y a la algarada, cogieron piedras y
apedrearon enseguida a los legionarios romanos, pues consideraban, además, que no era una ofensa
individual protagonizada por un legionario desvergonzado cualquiera, sino una afrenta colectiva perpretada en toda regla por el ejército del senado y el pueblo de Roma contra lo más sagrado de sus íntimas creencias y religiosas convicciones. La indignación de los presentes fue tal que algunos
gritaron enardecidamente “¡Muerte a los romanos!”. El procurador rogó que mantuvieran la calma, pero no logró persuadir a los cada vez más descontentos judíos según se extendía la noticia de la oprobiosa y flatulenta blasfemia.
Temeroso de que aquello desembocara en una revuelta, ordenó a todas las tropas
destacadas en la ciudad que acudieran al Templo enseguida, donde cundió el pánico entre
la multitud ante la llegada de los soldados, hasta el punto de que los que
trataban de huir murieron en el intento agolpándose y atropellándose los unos a
los otros, pisoteados y aplastados entre sí. La fiesta dejó de ser tal para
convertirse en un multitudinario duelo luctuoso. Por todas partes corrían las
lágrimas y se oían los lamentos por los cientos de cadáveres, si no eran miles,
que quedaban de resultas.
Imagen tomada de Legonium
Horacio, en una de
sus sátiras hace una alusión despectiva, y no es la única que hace, a los
judíos (libro I, 9, 69-70): Hodie tricesima sabbata: uin tu / curtis Iudaeis
oppedere? “Hoy es día treinta y es sábado: ¿acaso quieres soltarles un pedo
a los pelados judíos?” La traducción es de J. L. Moralejo, que en nota explica
el significado del adjetivo “curtis” que aplica el poeta a los judíos aludiendo
a su circuncisión.
¿Puede haber alguna
relación entre los versos de la sátira de Horacio y el episodio que narra
Flavio Josefo? Obviamente, no. Los hechos históricos acaecieron en el año 50 d.
de C., por lo que Horacio, que había muerto cincuenta y ocho años atrás, no podía
estar aludiendo a algo que todavía no había sucedido. Sin embargo, podría haber
una relación inversa en el sentido de que la ocurrencia del incidente
protagonizado por el legionario romano, ya fuera suya propia o ya alentada por alguno de
sus conmilitones o mandos, podía haber surgido del recuerdo de la lectura de la célebre sátira
de Horacio, donde el poeta narra el encuentro que tuvo en la Vía Sacra de Roma
con un pesado del que no podía librarse. Esta sátira, a fin de cuentas, es una
de las más conocidas y celebradas del poeta de Venusia, y de ahí podía haber
surgido la ocurrencia de “curtis Iudaeis oppedere” es decir de soltarles un
pedo en las narices -el prefijo ob- antepuesto a pedere, origen
de nuestro peer, le confiere ese matiz de inmediatez al verbo- a los circuncisos
judíos. Pero esto no es más que una hipótesis.
Muro de las Lamentaciones, Jerusalén.
Las legiones romanas
ya habían irrumpido años atrás en la ciudad y masacrado a miles de judíos,
profanando el templo de Yahvé. El propio Pompeyo se había adentrado incluso en el Sancta Sanctórum, un recinto vacío y sin decoración, salvo un revestimiento
de oro, al que sólo tenía acceso el sumo sacerdote una vez al año para quemar
incienso con motivo de la fiesta de la expiación (Yom Kippur). Y en el año 70 de nuestra era el emperador
Vespasiano entraría triunfal en Jerusalén y destruiría finalmente el Templo dejando
atrás miles de cadáveres. Lo único que queda de él es el Muro de las Lamentaciones, la muralla que lo contenía circunvalándolo, donde los judíos
lloran la pérdida del Templo.
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