jueves, 30 de agosto de 2018

Un pedo en los morros

Ocurrió en el año 50 de la era cristiana en la provincia romana de Judea, durante la fiesta de la Pascua judía, en Jerusalén. Quizá podamos resumir en pocas palabras la situación política de Oriente Medio en aquel entonces  recurriendo a unas palabras del historiador Kovaliov: Mientras el alto clero del Templo de Jerusalén y los grandes propietarios se habían, en general, reconciliado con los romanos, la masa popular, oprimida por un doble juego, era un vivero de descontentos. El pueblo creía firmemente en la llegada de un Mesías, el prometido Salvador, que debía salvar a los hebreos de la opresión de los extranjeros e instaurar en la tierra el reino de la Verdad.

¿Qué es lo que sucedió exactamente? Un legionario romano, que se hallaba a la sazón de guardia en el Templo, no sin la complicidad seguramente de sus compañeros de armas que le reirían la gracia, se levantó la túnica a la vista de todo el mundo con un gesto absolutamente obsceno y provocador, mostró sus verijas y, dándose la vuelta acto seguido, sus nalgas desnudas que enfiló hacia los fieles que se hallaban celebrando la Pascua y agachándose con el trasero al aire soltó una ventosidad tan irreverente y ensordecedora que, se diría, el cuesco hizo retumbar las paredes del  sacrosanto Templo salomónico. 

 Maqueta del templo de Jerusalén

El pedo puede expresar muchas cosas en el ser humano, desde la vergüenza de aquel al que se le escapa involuntariamente en público hasta el desprecio hacia alguien o algo cuando se emite adrede, desde intenciones humorísticas de graciosa camaradería y burlesca broma hasta una gravísima falta de respeto y de consideración hacia los demás. En este caso, el gesto era una gravísima injuria a las sagradas creencias de los cientos si no eran miles de judíos que celebraban la pascua congregados en el Templo, como si aquella ventosidad quisiera penetrar con su hedionda fetidez en el recinto sagrado del Sancta Sanctorum y expresar sin palabras algo tan irrespetuoso como “¡Esta es mi ofrenda a vuestro Dios, y me cago en Él!”.

Cuenta el incidente el historiador de origen judío Flavio Josefo, que vivió en el siglo primero de nuestra era y escribió en griego,  en un pasaje del libro II, capítulo 17, de la Guerra de los judíos y en otro del libro XX, capítulo 5, de sus Antigüedades judías. Hay algunas pequeñas diferencias entre ambas versiones, por ejemplo el número de muertos, que va de treinta mil a veinte mil, pero coinciden pese a lo exagerado de la cantidad en lo fundamental, varios millares de muertos.

Se acercaba la fiesta de los Ácimos, en la que era costumbre entre los hebreos comer panes no fermentados, es decir, sin levadura. Una gran muchedumbre venida de todas partes se congregaba en el Templo de Jerusalén, de donde años atrás Jesús había expulsado no sin violencia a los mercaderes porque habían convertido un lugar de oración en un vulgar mercado donde se rendía culto al dinero en vez de a Jehová. El procurador romano, temiendo alguna revuelta tumultuosa, había ordenado que una cohorte se apostara con sus armas en los pórticos para velar por el mantenimiento del orden público. La medida no era extraordinaria, ya que así solía hacerse todos los años por esas fechas, por lo que no era extraña la presencia de legionarios romanos. 

Esta es la crónica exacta de los hechos según Flavio Josefo: Al cuarto día de la festividad, un soldado romano descubrió su sexo, propiamente sus vergüenzas o partes pudendas, y se lo mostró a la gente (Τετάρτῃ δὲ ἡμέρᾳ τῆς ἑορτῆς στρατιώτης τις ἀνακαλύψας ἐπεδείκνυε τῷ πλήθει τὰ αἰδοῖα). La versión que nos da en la Guerra... tiene más lujo de detalles: uno de los legionarios levantándose la túnica (εἷς τις τῶν στρατιωτῶν ἀνασυράμενος τὴν ἐσθῆτα) y agachándose indecentemente (καὶ κατακύψας ἀσχημόνως), mostró a los judíos el trasero (προσαπέστρεψεν τοῖς Ἰουδαίοις τὴν ἕδραν ), y descerrajó un ruido acorde a su postura (καὶ τῷ σχήματι φωνὴν ὁμοίαν ἐπεφθέγξατο).

Los que lo vieron se irritaron y dijeron que no era a ellos a quienes injuriaba de ese modo, sino, lo que era mucho más grave, al fino olfato y a los oídos de su Dios, es decir a Yahvé o Jehová mismo que habitaba en la cámara secreta de aquel Templo que había levantado con sus propias manos el sabio rey Salomón mil años atrás. Los más exaltados  insultaron al procurador de Judea, responsabilizándolo personalmente y alegando que era él el que había apostado allí a los soldados... Los jóvenes más radicales y predispuestos al motín y a la algarada, cogieron piedras y apedrearon enseguida a los legionarios romanos, pues consideraban, además, que no era una ofensa individual protagonizada por un legionario desvergonzado cualquiera, sino una afrenta colectiva perpretada en toda regla por el ejército  del senado y el pueblo de Roma contra lo más sagrado de sus íntimas creencias y religiosas convicciones. La indignación de los presentes fue tal que algunos gritaron enardecidamente “¡Muerte a los romanos!”. El procurador rogó que mantuvieran la calma, pero no logró persuadir a los cada vez más descontentos judíos según se extendía la noticia de la oprobiosa y flatulenta blasfemia. Temeroso de que aquello desembocara en una revuelta, ordenó a todas las tropas destacadas en la ciudad que acudieran al Templo enseguida, donde cundió el pánico entre la multitud ante la llegada de los soldados, hasta el punto de que los que trataban de huir murieron en el intento agolpándose y atropellándose los unos a los otros,  pisoteados y aplastados entre sí. La fiesta dejó de ser tal para convertirse en un multitudinario duelo luctuoso. Por todas partes corrían las lágrimas y se oían los lamentos por los cientos de cadáveres, si no eran miles, que quedaban de resultas. 

 Imagen tomada de Legonium

Horacio, en una de sus sátiras hace una alusión despectiva, y no es la única que hace, a los judíos (libro I, 9, 69-70): Hodie tricesima sabbata: uin tu / curtis Iudaeis oppedere? “Hoy es día treinta y es sábado: ¿acaso quieres soltarles un pedo a los pelados judíos?” La traducción es de J. L. Moralejo, que en nota explica el significado del adjetivo “curtis” que aplica el poeta a los judíos aludiendo a su circuncisión.

¿Puede haber alguna relación entre los versos de la sátira de Horacio y el episodio que narra Flavio Josefo? Obviamente, no. Los hechos históricos acaecieron en el año 50 d. de C., por lo que Horacio, que había muerto cincuenta y ocho años atrás, no podía estar aludiendo a algo que todavía no había sucedido. Sin embargo, podría haber una relación inversa en el sentido de que la ocurrencia del incidente protagonizado por el legionario romano, ya fuera suya propia o ya alentada por alguno de sus conmilitones o mandos, podía haber surgido del recuerdo de la lectura de la célebre sátira de Horacio, donde el poeta narra el encuentro que tuvo en la Vía Sacra de Roma con un pesado del que no podía librarse. Esta sátira, a fin de cuentas, es una de las más conocidas y celebradas del poeta de Venusia, y de ahí podía haber surgido la ocurrencia de “curtis Iudaeis oppedere” es decir de soltarles un pedo en las narices -el prefijo ob- antepuesto a pedere, origen de nuestro peer, le confiere ese matiz de inmediatez al verbo- a los circuncisos judíos. Pero esto no es más que una hipótesis.

Muro de las Lamentaciones, Jerusalén.

Las legiones romanas ya habían irrumpido años atrás en la ciudad y masacrado a miles de judíos, profanando el templo de Yahvé. El propio Pompeyo se había adentrado incluso en el Sancta Sanctórum, un recinto vacío y sin decoración, salvo un revestimiento de oro, al que sólo tenía acceso el sumo sacerdote una vez al año para quemar incienso con motivo de la fiesta de la expiación (Yom Kippur). Y en el año 70 de nuestra era el emperador Vespasiano entraría triunfal en Jerusalén y destruiría finalmente el Templo dejando atrás miles de cadáveres. Lo único que queda de él es el Muro de las Lamentaciones, la muralla que lo contenía circunvalándolo,  donde los judíos lloran la pérdida del Templo.

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